Hace un mes, en este mismo medio de comunicación, dije que Jesús Aizpún tuvo un sueño en 1979 y fundó UPN para poner freno a los afanes del nacionalismo vasco de integrar Navarra en la Comunidad Autónoma Vasca. De inmediato el sueño dio un fruto espléndido y sazonó con el 47,27 % de los que votaron en las elecciones generales del año 2000.
Ahora, el nuevo presidente de UPN debe soñar también. Ahí, seguro , encontrará su éxito. Deberá impulsar un congreso para refundar UPN. Deberá facilitar la actualización de los principios y objetivos fundacionales, los, programas, actitudes y modos de gestión interna de UPN. Deberá diseñar los modos de presentación del partido ante el ciudadano y los mecanismos de determinación de líderes que los representen. Deberá recobrar la confianza del ciudadano para continuar el impulso político que, bajo el amparo de UPN, ha hecho de Navarra la primera comunidad española en cualesquiera de los índices de desarrollo social y económico.
Han pasado 36 años desde el día fundacional de 3 de enero y ocurrido extraordinarios cambios políticos, económicos y sociales en el ámbito regional, nacional e internacional. Empezando por el concepto mismo de líder político. Ha caído el muro de Berlín y la izquierda se ha quedado sin un referente ideológico concreto; el sistema económico liberal ha tenido un éxito evidente en la creación de riqueza pero está manifestando algunas dificultades en su distribución equitativa. La economía y la información están globalizadas. España está incorporada a la OTAN y a la UE. Las decisiones fundamentales, o granadas como se dice en esta tierra, se deciden en Bruxelas.
El derecho a la educación y la libertad de enseñanza están aceptadas. La sanidad es universal y gratuita. Los servicios sociales se enfrentan a una sociedad envejecida con una estructura demográfica ruinosa. La esperanza de vida crece más deprisa que la calidad que le debe ser propia. El vascuence se enseñorea hasta donde nunca ha sido hablado y la Ikurriña lleva camino de ser la segunda bandera de Navarra.
La Constitución española está pidiendo a gritos su modificación para recuperar el principio de lealtad constitucional que inspiró la transición española, para establecer con claridad y objetividad los límites competenciales de las regiones y su relación con el Gobierno de la Nación.
Navarra no está sola. Debe competir con 16 CCAA muy celosas de sus derechos históricos o “singularidades” como ahora los llaman. La DT 4ª no deja de ser una antigualla sin sentido que pretende ser sustituida por el inconsistente y demagógico “derecho a decidir”. Pero el cambio más relevante se ha producido el pasado 22 de julio con la llegada de los nacionalistas vascos al Gobierno de Navarra. El núcleo central del sueño de Jesús se ha difuminado. Será preciso diseñar otro. Quizá el que los nacionalistas se vayan.
Por este motivo no puedo aceptar la afirmación de que los principios de UPN siguen siendo válidos para, desde ahí, no cambiar nada. En el nuevo sueño es preciso cuestionarse todo: principios, objetivos, programas, modos de gestión interna y actuación externa. Habrá que pensar incluso sobre el sentido actual de los derechos históricos como elemento identitario cuando nos amenaza la secesión; sobre el convenio económico cuando un estornudo de los chinos hace tambalear la economía mundial, cuando un quiebro de Volskwagen hace temblar la Hacienda navarra, sobre las alianzas políticas cuando las decisiones granadas que nos afectan se toman fuera del territorio navarro.
UPN no es un partido de cuadros con líderes carismáticos. En la transición española un grupo de ciudadanos con carisma dieron la cara y los ciudadanos confiaron en ellos. Ahora no existen este tipo de líderes para suscitar por sí la confianza ciudadana. Aquella primera generación de políticos está muerta o retirada. La segunda generación está desprestigiada. Su lugar debe ser ocupado por la participación, por la transparencia en la gestión y por la democracia interna. Solo así se conseguirá la unidad de acción y el compromiso político y el surgimiento de la tercera generación.
UPN es un partido de masas. Esa ha sido y es su fortaleza. Ha sabido estar presente en la calle, en todos los foros, ha sintonizado con las preocupaciones sociales, ha contrastado la valía de sus líderes en el debate ciudadano. De esta presencia y debate surgirá la tercera generación. Solo así los nacionalistas serán democráticamente desalojados y el sueño recuperará el contenido perdido.
Un comentario
Magnifico y sagaz el Sr. Marcotegui, como siempre. Y de enmarcar el párrafo en el que contextualiza la Navarra de hoy en un mundo en el que somos, cada vez, mas pequeños.
Debe, no obstante, hacerse una reflexión que va más allá de que gobierne mengana o pepito, o que el arco parlamentario sea de tales o cuales colores. Es urgente (creo yo) entender que Navarra vive una crisis del modelo antropológico de ciudadano creado por el Amejoramiento. Que del navarro trabajador, emprendedor y que se sacaba las castañas del fuego, se ha pasado a un navarro comodón y pesebrero, aspirante a los servicios de una administración providencialista. Que psicológicamente la relación es de umbrales de satisfacción cada vez mas difícil, como en las drogadicciones, y que políticamente ello abre las puertas a que gane no el mejor, sino el que mas promete dar…
Si todo eso no se entiende y corrige, UPN puede volver a ganar y gobernar.. pero Navarra seguirá sumida en un proceso de decadencia que acabará al final con ella, porque le faltará el elemento que hace prosperar y sobrevivir a las comunidades políticas: «el proyecto ilusionante de vida en común», como lo llamó el gran Ortega y Gasset