Hace unas horas que ETA ha dado por terminado el “alto el fuego permanente”. Como ciudadano y como Obispo de la Iglesia católica presente en Navarra, lamento profundamente esta decisión. Una vez más comprobamos la obcecación y la pertinacia de quienes pretenden imponer su voluntad política mediante la presión y la amenaza del crimen. Con el Papa, con la Conferencia Episcopal Española, afirmo que el terrorismo es esencialmente inmoral y perverso, esencialmente perturbador y destructivo.
La necesidad de convivir con esta amenaza, nos impone a todos unas obligaciones morales muy concretas de las que nadie puede eximirse. La primera es rechazar claramente el recurso de la violencia como medio de actuación con finalidades políticas. No basta con condenar. Hay que colaborar. Las instituciones sociales y políticas que pretendan actuar en un marco de convivencia justo y democrático, también los partidos nacionalistas, tienen que condenar cualquier procedimiento violento y deben también colaborar decididamente en una lucha común contra ETA por todos los medios legales y morales a su alcance.
Nuestra primera defensa contra la violencia tiene que ser la unidad de todos en el rechazo moral de semejante perversión moral y política, y, con este rechazo, la unidad clara y efectiva de todas las instituciones políticas en la defensa de la libertad y de la seguridad de los ciudadanos. Ante la amenaza de los terroristas, las diferencias normales en una sociedad democrática tienen que pasar a un segundo plano, dejando paso a otro alineamiento, a favor o en contra de ETA, a favor o en contra del uso del crimen como instrumento de presión social y política.
Es la hora de actuar con generosidad, verdad y decisión. Las indecisiones, o las divisiones entre las personas honestas y las instituciones democráticas, serían aliento y fortaleza para los terroristas. Pongamos nuestra confianza en Dios. Pidámosle la fortaleza y la clarividencia que necesitamos. Pidámosle que asista a nuestros dirigentes y gobernantes. Pidámosle también que ilumine las mentes y purifique los sentimientos de quienes se han dejado dominar por el odio y han puesto su esperanza en el crimen. El Dios de Jesucristo, que es Dios de vida, de amor y de paz, esté con todos nosotros, guíe nuestros pasos y sostenga nuestra esperanza.
La necesidad de convivir con esta amenaza, nos impone a todos unas obligaciones morales muy concretas de las que nadie puede eximirse. La primera es rechazar claramente el recurso de la violencia como medio de actuación con finalidades políticas. No basta con condenar. Hay que colaborar. Las instituciones sociales y políticas que pretendan actuar en un marco de convivencia justo y democrático, también los partidos nacionalistas, tienen que condenar cualquier procedimiento violento y deben también colaborar decididamente en una lucha común contra ETA por todos los medios legales y morales a su alcance.
Nuestra primera defensa contra la violencia tiene que ser la unidad de todos en el rechazo moral de semejante perversión moral y política, y, con este rechazo, la unidad clara y efectiva de todas las instituciones políticas en la defensa de la libertad y de la seguridad de los ciudadanos. Ante la amenaza de los terroristas, las diferencias normales en una sociedad democrática tienen que pasar a un segundo plano, dejando paso a otro alineamiento, a favor o en contra de ETA, a favor o en contra del uso del crimen como instrumento de presión social y política.
Es la hora de actuar con generosidad, verdad y decisión. Las indecisiones, o las divisiones entre las personas honestas y las instituciones democráticas, serían aliento y fortaleza para los terroristas. Pongamos nuestra confianza en Dios. Pidámosle la fortaleza y la clarividencia que necesitamos. Pidámosle que asista a nuestros dirigentes y gobernantes. Pidámosle también que ilumine las mentes y purifique los sentimientos de quienes se han dejado dominar por el odio y han puesto su esperanza en el crimen. El Dios de Jesucristo, que es Dios de vida, de amor y de paz, esté con todos nosotros, guíe nuestros pasos y sostenga nuestra esperanza.
Fernando Sebastián Aguilar,
Arzobispo de Pamplona y Obispo de Tudela
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