Teatro con olor a panfleto.

       Este sábado pasado se interpretaba en el Teatro Gayarre una obra de Romain Gary, La vida por delante, dirigida por José María Pou, con Concha Velasco en el papel principal. La Velasco tiene todo lo que se necesita para ser una gran actriz; destaca una dicción clara, natural, cómoda para los asientos más humildes de la sala; fallaba el guión.


         Una vieja mama de prostíbulo se dedica a criar hijos de prostitutas. Con una nulidad de poesía, con diálogos escasamente ingeniosos, se presenta un supuesto canto al amor. Uno se queda siempre ante este tipo de obras con la sensación de que la autenticidad sólo parece darse entre seres marginales que han vivido situaciones extremas. Nunca verás a un personaje que ame sinceramente y vaya a misa o tenga una familia normal. Estamos acostumbrados. Hasta ahí, me aburrí, sin más; pero cuando al final el ahijado de la Velasco hace un elogio de la eutanasia sólo me quedé para poder escribir esta columna.


         La madre tiene una enfermedad degenerativa que trastornará sus facultades mentales poco a poco, hasta dejarla como un vegetal; su ahijado no quiere que viva una vida indigna que ella no desea. El médico que se niega a la eutanasia no entra en consideraciones vitales, porque los progres quieren hacer parecer que los demás carecemos convicciones profundas o vivencias válidas. El médico dice que si esta buena mujer va a un hospital, allí le alargarán la vida varios años más, como un vegetal. Conclusión: quienes se oponen a la eutanasia buscan exclusivamente prolongar los sufrimientos humanos como quien guarda unas vísceras en formol.


         Y me temo que José María Pou, después de aquella desagradable Cabra que nos trajo al Gayarre (en que se quiere demostrar que tirarse a una cabra es motivo para pasar una edificante tarde de teatro), elige sus obras con mucho ojo izquierdo.


         Y esto ocurre en el país de Lope, Tirso y Calderón. Y no es un tópico; la última obra que me reconcilió con el teatro fue el Don Gil de las calzas verdes de Tirso. Estos días, en que releo extasiado La Regenta, me pregunto qué ha pasado en un país en el que un intelectual pudo escribir tan bien para caer en este panorama tan cenizo.


         Una pena. Descubrí el teatro como un soplo de aire fresco. Ahora, una baza más para apoyar al sistema del pensamiento excluyente: fíjese pobre chico que grita en escena, desgarrador, dogmatizando sobre la vida y la muerte, porque según él es el médico el que está obligado a cumplir con la sagrada misión de la eutanasia. El teatro debe ser sincero si queremos que siga siendo arte. Las fibras del público no vibrarán de verdad (no hablo de los aplausos de compromiso) si el autor no nos cuenta sus verdaderos afectos, no su ideología disfrazada. Me parece muy difícil que la ideología salga del corazón; suele salir del resentimiento. Yo creo que son los últimos estertores de un supuesto teatro social, porque la fórmula sólo consigue el aplauso de un público demasiado acostumbrado a lo políticamente correcto. Pero se dan cuenta de que no roban los corazones.

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Javier Horno.

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