Robarnos el alma.

Seguramente ustedes ya conocen el contenido del editorial de este domingo del diario El Mundo. En dicho editorial, Pedro J. Ramírez nos advertía de lo equivocados que estamos quienes nos oponemos a la EpC, al matrimonio homosexual o a la destrucción de embriones humanos. Tan equivocados estamos, que además dudamos del calentamiento global del que nos salvarán los telepredicadores de izquierda. Por estar equivocados, incluso decidimos enfrentarnos al gobierno y su aceptación de la propuesta etarra de Anoeta para colocarnos del lado de las víctimas, ahora tachadas de asociación radical. Así pues, sólo tenemos derecho a una idea y a un pensamiento. Dudar ya sería tener ideas propias y por tanto peligrosas. Democracia sería, por tanto, elegir entre dos candidatos con un mismo programa: uno con ojos azules y otro con barba. En Navarra, la distinción ni siquiera sería tan clara. Esperemos que UPN y PSN, para las próximas elecciones, elijan un candidato con barba y otro sin barba, si es que a Pedro J. Ramírez no le parece una diferencia demasiado radical. El caso es que, ahora que al parecer todos pensamos lo mismo, sufrimos sin embargo más crispación que nunca. A lo mejor resulta que es lógico. Es decir, que puesto que no podemos debatir sobre las ideas, puesto que son para todos las mismas, el único debate posible es sobre las personas. Por eso aquí el debate empieza y termina en las descalificaciones personales. No es que las descalificaciones acompañen al debate, es que las descalificaciones son el debate. Y total porque todos pensamos lo mismo. Titulaba Pedro J. Interrogativamente su editorial “¿Puede aún ganar el PP las elecciones?”. Y proponía al PP, para tener alguna posibilidad, que se presentara con el mismo programa que el PSOE. La pregunta lógica, naturalmente, es: ¿qué nos importa entonces que gane el PP o el PSOE? Por eso yo reivindico mi derecho a ser diferente. Quiero que mis ideas cambien el mundo y no que El Mundo cambie mis ideas. Puedo vivir siendo minoritario, pero no puedo vivir sin tratar de pensar por mí mismo. Si uno cree que su discurso es convincente, no teme la existencia de otros discursos. Abogar por un discurso único supone falta de confianza en el propio discurso, por algo será. Quieren que pensemos todos igual. Y la única forma de pensar todos igual es no pensar. Quieren robarnos el alma.

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