Durante 2020, 2021 y lo que han aguantado de 2022 y 2023 el mundo desarrollado vivió uno de los episodios más negros de su historia contemporánea. Surgió un supuesto nuevo virus extremadamente contagioso, la Covid-19, en Wuhan, China. Todavía nadie ha explicado qué se hacía en el opaco laboratorio de Wuhan y por qué las autoridades chinas tardaron tanto en reaccionar. Cuando el virus se extendió, ocurrió lo que predijo Bill Gates en su famosa charla TED de 2015 en la que parece ahora que avisaba justo de esto. Cada uno es libre de pensar si fue un visionario u otra cosa.
Llegó ese virus a Occidente, y todos los líderes se lanzaron a restringir libertades y empezar una campaña mediática no de miedo, sino de terror. Actuaron todos igual, como si fuesen simples súbditos de una élite muy poderosa. Había alguna que otra voz un poco diferente, como en Brasil, Suecia o estados conservadores de EE. UU., pero sin salirse del discurso oficial. Se dieron en todo el mundo cierres de espacios aéreos, confinamientos, mascarillas obligatorias, restricciones de la vida social con cierres de establecimientos y toques de queda. Saltándose todas las constituciones.
Basándose en probabilidades de contagio. Se empezó a aislar y apartar a los contagiados, encerrándoles en sus domicilios como si fuesen criminales. Muriendo muchos por esa o por otras enfermedades en su domicilio, en vez de haber sido ayudados, como los leprosos por los primeros cristianos que, por cierto, no tenían ningún miedo a la muerte si se moría haciendo el Bien. Y hay que dejarlo claro, el contagiado no es culpable de absolutamente nada y contagiar a alguien de un virus jamás ha sido ni será una agresión. Si alguien se quiere encerrar para no ser contagiado es libre de hacerlo, pero si no, estaríamos hablando de miles de detenidos al año por contagiar una gripe a sus amigos o familiares. Es absurdo y jamás puede ser aceptado un discurso similar.
Las cifras de muertes empezaron a dispararse y, aunque es cierto que durante dos meses estuvieron bastante por encima la media de esos meses en los últimos años, hay poca información y claridad al respecto. Nadie ha aclarado todavía la dicotomía entre las muertes con Covid y por Covid. Tampoco nadie ha aclarado las muertes imputables directamente a los confinamientos. Habría que añadir que las muertes por enfermedades infecciosas son la tercera causa habitual de muerte en Occidente, por lo que llega a ser aún más difícil aclarar las cifras. Se hacían PCR y test de antígenos que daban resultados muy extraños. El descubridor de la PCR, Kary Mullis, ya avisó de la facilidad con la que se podía trucar. Elon Musk, tachado de negacionista y de peligro para la “salud pública”, denunció que se hizo cuatro pruebas en un día dando dos positivos y dos negativos. También se daba positivo echando zumo de naranja a la prueba de antígenos. Nadie aclaró nada sobre las cifras de muertos y las pruebas PCR, ya no les hace falta.
La campaña de miedo seguía, poniendo un contador de muertes diarias en el telediario. No somos conscientes de la barbaridad que ha sido eso y los trastornos mentales que ha causado. Es totalmente diabólico martirizar así a todos los ciudadanos enfrentando a vecinos y familias con diferentes perspectivas sobre el peligro de la “pandemia”. Llegaron a verse carteles como el de Isabel Díaz Ayuso, presidenta de la Comunidad de Madrid, que decían: “reunión familiar sin protección = enterrar a tu abuela”. La criminalización de los que cuestionaban algún mínimo punto del discurso oficial, ni siquiera negacionistas como decían, llegó a unos niveles de deshumanización dignos de Goebbels. Para combatir la diversidad de opiniones en internet, los gobiernos monitorizaron las redes y crearon o financiaron agencias de la verdad, tachando de “desinformación” toda opinión que cuestionaba el discurso oficial. Esas agencias siguen diciendo qué información es correcta y cuál no a día de hoy, son el Ministerio de la Verdad de la novela 1984 de Orwell hecho realidad.
Después está la mascarilla, que empezaron diciendo que no servía para después imponerla hasta en espacios abiertos, siendo aquello un disparate. Nadie ha aclarado para qué servía exactamente si los espacios entre las fibras microscópicas eran más grandes que el supuesto virus. Tampoco han aclarado por qué los niños, con pocas probabilidades de contagiarse, la tenían que llevar en la escuela mientras que los presentadores y tertulianos de televisión no, puede ser que esas élites siguiesen alguna teoría darwinista y creyesen que por estar ahí tenían una sangre diferente inmune al Covid. O por qué en la biblioteca había que llevarla, pero comiendo en un restaurante no, cuando supuestamente el virus quedaba en el aire. Decían que, en condiciones de laboratorio, evitaba el contagio. No sé yo si es cierto ya que en las propias cajas ponía que no. Pero si lo fuese, obviamente las condiciones de laboratorio no son la vida diaria en la que no usas una mascarilla perfectamente puesta cada 4 horas, por lo que podemos considerar la mascarilla inútil. Y, aunque no lo fuese, vuelvo entonces a avisar de lo que es legislar en base a criminalizar al contagiado: inhumano y distópico.
Aunque lo más gordo llegó con la vacunación. Mediante una campaña de miedo, las élites administraron millones de dosis de un fármaco experimental sin ninguna seguridad en el largo plazo. Como eran conscientes de que si lo imponían iban a tener que pagar por los efectos secundarios, impusieron el famoso certificado de vacunación, con el que se tenía que mostrar una prueba PCR negativa o la prueba de vacunación para hacer vida social o viajar. Nadie ha explicado por qué tras la vacunación moría la misma cantidad de gente vacunada por Covid que no vacunada, por qué los vacunados se contagiaban al mismo nivel que los no vacunados, por qué están aumentando los problemas de corazón en jóvenes y deportistas y por qué había que seguir llevando mascarilla para «protegerse». Los que defendieron la coacción y la criminalización para inyectar ese fármaco experimental algún día sentirán culpa, si no la están sintiendo ya viendo los preocupantes aumentos de miocarditis e infertilidad.
En fin, nadie ha respondido ni va a responder jamás a todas esas cuestiones. Seguramente en 2020 la respuesta de los epidemiólogos y expertos hubiese sido censurar este artículo por “desinformación”, ahora no les importa sabiendo que han hecho lo que han querido con total impunidad. Sinceramente, el que no se haya cuestionado nada todavía está a tiempo, ya que esto solo ha parado porque las élites sabían que muchos ciudadanos, sobre todo en el mundo rural, como los camioneros canadienses, iban a estallar contra ellos. Con solo pensar detenidamente en cada una de la «medidas», se ven muchísimas contradicciones evidentes. Por último, un filántropo que dice que solo quiere lo mejor para nosotros, Bill Gates, está avisando de que la nueva pandemia podría ser aún peor. Habría que hacerle caso y estar totalmente preparados para que no nos volviesen a confinar ni inyectar fármacos experimentales. Todo apunta a una fecha: 2030.
Un comentario
La lista de negacioncitas antivacunas que contrajeron la infección y murieron lamentando no haberse vacunado es larga.
Afortunadamente Darwin siempre se acaba imponiéndose
Pero no le falta razón en una cosa, el nivel intelectual de los «políticos» es el que es y gracias a ello tenemos lo que tenemos.
La profesión de médico sigue siendo respetada pero por poco pasa al mismo nivel en el que se han quedado los sacerdotes y profesores de escuelas, universidades etc. Se nota que en sus manos está la vida en el corto plazo