¿Se han dado cuenta ustedes de que ya no hay niños feos? Vistos por fuera al menos, tenemos unos niños sanos y estupendos. Ya no existe el niño defectuoso. Y es que, al igual que en la Esparta de los 300, los niños que no son perfectos van derechos al vertedero. El PSN nos muestra de nuevo de qué va eso de ser progre adhiriéndose entusiasta a esta cruel filosofía. El camino de la responsabilidad es un camino cuesta arriba, así que el progresismo, poco amigo de conceptos como la responsabilidad individual y el sacrificio, apuesta de nuevo por lo cómodo. El progresismo primero trivializa el sexo, y luego trivializa el aborto para resolver los problemas derivados de la trivialización del sexo. Maravilloso. Y es que, según la ortodoxia progre, el sexo no tiene nada que ver con el aborto, puesto que el sexo no tiene nada que ver con la reproducción. Arriba el placer, abajo la responsabilidad. Eso de que los seres humanos se reproducen sexualmente es una idea anticientífica, reaccionaria y homófoba, oiga. Así las cosas, el progresismo pone las cosas muy difíciles a los niños que van a venir al mundo. Donde el chaval tendría que ser lo más importante, el progresismo con todo su rollo aparentemente fraternal y solidario, lo pone en el último lugar. Primero va uno, luego su circunstancia, luego su sexualidad, luego la profesión, luego el tiempo, luego el dinero, luego el compañero o compañera, luego el crucero por el Caribe, luego otra vez uno… y al final de todo, el chaval. Y eso si no es un niño feo, naturalmente. Los hijos, como el sexo, deben ser una fuente de placer, no una responsabilidad y un motivo de sacrificio. Así que, si después de ocupar el último nivel de la escala, el niño encima viene, digamos, con alguna pequeña imperfección, entonces se le tira al barranco del monte Taigeto, como en Esparta. En nombre del derecho del “consumidor”, se devuelve el niño-cosa como si fuera un producto defectuoso del híper. En esta sociedad hedonista, egoísta, progresista, relativista y eugenésica, de padres e hijos guapos y sanos por fuera, sirva este artículo como apología de los niños feos, enfermos e imperfectos, y como homenaje a los padres guapos por dentro, que siempre pusieron su interés por debajo del de sus hijos. Todos los niños son dignos, todos los niños son guapos.