La ciencia acaba de hacer inútil la masacre de embriones humanos.

La noticia es de una importancia tremenda: dos equipos científicos, trabajando de forma paralela, han conseguido reprogramar células de la piel para que se comporten como células madre embrionarias. Es decir, que ya no va a hacer falta destuir embriones para experimentar con células madre. Ya no va a hacer falta matar a un niño para salvar a otro. El descubrimiento es fantástico, pero también terrible. ¿Para qué ha servido aniquilar a miles y miles de embriones humanos? Nos decían que la destrucción de todas esas vidas estaba justificada por los maravillosos progresos en la medicina que íbamos a conseguir siendo abyectos. No hemos visto esos maravillosos progresos por ninguna parte, pero ahora además resulta que todo era una farsa demagógica. Se podía haber evitado la masacre. No hacía falta volverse abyecto para curar a los niños. Ciencia y moral eran compatibles. Podíamos haber investigado hasta conseguir este avance y habríamos conseguido el mismo resultado sin degradarnos. Quizá por eso la noticia no está teniendo en los medios toda la repercusión que merece. Esto de las células madre sólo tenía gracia cuando se destruían embriones. No cabe sino felicitar a empresas como CIMA, que siempre se negaron a practicar la aniquilación de embriones. Ayer en el Vaticano, el prelado Elio Sgreccia, presidente de la Academia Pontificia para la Vida, declaró que "la nueva investigación no parece conllevar problemas éticos". Señaló además que uno de los investigadores que ha conseguido este avance participó el año pasado en los trabajos de la Academia Pontificia en el Vaticano. Evidentemente no iban a ser los adictos a la destrucción de vida humana embrionaria quienes hicieran este descubrimiento. La feliz noticia no es patrimonio sin embargo de los católicos. Contrariamente a la propaganda progre, no hace falta ser católico para darse cuenta de que, entre la fecundación y el nacimiento, no hay una raya a partir de la cual se es humano y antes de la cual se es un forúnculo. Hasta el último progre abortista o destructor de embriones ha sido él mismo un embrión en un momento del pasado. ¿Y para qué ha servido la destrucción de todos esos embriones? ¿Qué han inventado a cambio? Nos hacemos una idea de todos a los que han eliminado, ¿pero a quién han salvado? ¿Bajo qué piedra se van a esconder ahora todos los que comparaban la oposición a la destrucción de embriones con la condena a Galileo? Qué triste que en este país, durante años, nadie haya podido oponerse a la investigación con células madre embrionarias sin ser insultado y caricaturizado. Finalizo parafraseando a Churchill y llegando a la conclusión de que, quien para progresar pierde los principios, no progresa y además se queda sin principios.

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