Según este principio, existiría una inmoralidad intrínseca en el hecho de que una persona cobre más que otra. Leire Pajín, por el trisueldo que le toca (20.000 eurípides al mes, todos del erario público), matizaría quizá que no es inmoral que una persona cobre más que otra, sino “mucho” más que otra. A la luz de su propio ejemplo, o el de multimillonarios como Obama, no me cabe duda que el socialismo del siglo XXI tendría severos problemas a la hora de determinar la cuantía exacta y políticamente correcta de “mucho”.
Un servidor, que no es en absoluto socialista, sostiene que una sociedad justa no es una sociedad donde todo el mundo tiene lo mismo, sino una sociedad donde todo el mundo tiene al menos un mínimo. Si ustedes se fijan, esto es más o menos lo que pasa precisamente en las sociedades donde no ha triunfado el socialismo. Naturalmente que luego hay un componente moral en cómo se emplea el dinero, sobre todo cuando hay personas que no tienen ese mínimo.
La última parte del mito se refiere a que, para que uno cobre mucho, otro tiene que cobrar muy poco. Pero imaginen ustedes que repartimos en partes iguales todo el dinero de España. En un mes tendríamos personas que habrían perdido la mitad del dinero y otras que lo habrían duplicado. Es decir, que no nos dura ni un mes la sociedad igualitaria. ¿Qué haríamos entonces? ¿Volver a repartir? Las personas con capacidad de generar riqueza pronto perderían cualquier estímulo, lo cual no evitaría que la otra parte de la población, peor administradora, siguiera malinvirtiéndolo. En consecuencia, cada vez habría menos para repartir y todos serían iguales, pero igual de pobres, y cada vez más pobres. Ejemplos hay muchos.
El socialismo iguala, pero por abajo. Por eso me atrevo a ser políticamente incorrecto y a afirmar que es bueno que uno pueda ganar más que otro. Digo más: ganar exactamente lo mismo que el vecino no es el paraíso de los justos, sino el de los envidiosos.