Las nuevas tecnologías de la comunicación, junto a sus muchas ventajas patentes, que nunca alabaremos bastante, tienen, sin embargo, algún inconveniente. Y es éste: pueden terminar imponiéndonos un ritmo vital trepidante; un ritmo que impide o dificulta la demora que exige una vida plenamente humana. La instantaneidad con que parecen exigir respuesta los mensajes –sean mails o sms, etc.- ahoga la reflexión que necesitan las decisiones. ¿Quién no se ha arrepentido alguna vez, por cierto, de haber pulsado demasiado a prisa la tecla “enviar”? Más de una bronca o malentendido se han originado, estoy seguro, en la ansiedad con que nos vemos impelidos a responder. El uso compulsivo de los medios es hoy, sin duda, una de las conductas adictivas más frecuentes. Esto sí que es realmente una pandemia que aflige a un porcentaje grande de gente en sociedades de economía desarrollada. Una enfermedad que, si cada uno no la combate en sí mismo con un comportamiento reflexivo y sosegado, renuente al instantaneísmo reinante, puede malograr nuestras mejores capacidades, pocas o muchas. Como escribió Cervantes, “las obras que se hacen a priesa nunca se acaban con la perfección que requieren”. Y eso por no hablar de los daños que puede sufrir nuestra mente al verse sometida al latido inhumano de la máquina.
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Para muchos terminan estos días las vacaciones y el descanso estivales. Quizás hasta hemos tenido la suerte de poner la vida en hora con los ritmos de la naturaleza. Ojalá no nos engulla la electrónica.
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Juan Salazar Romero