Una vez más, quienes se llevan la pasta no hacen nada más que lo que el sistema y la falta de escrúpulos les permite hacer. El cobro de dietas por asistir a reuniones es una práctica habitual en todo tipo de instituciones, públicas y privadas, que se ha ido generalizando a lo largo y ancho de nuestra democracia. Se trata, no cabe duda, de una práctica democrática. Los órganos de gobierno respectivos de cada institución aprueban por mayoría las normas que regulan estos pagos. Y esto les da legitimidad, ¡es la democracia! En mi caso, presidí una confederación nacional, de carácter altruista y voluntario, que cogí con un déficit de quince millones de las antiguas pesetas; ahora bien, me ofrecían unas dietas diarias, aparte de compensar los gastos, de nueve mil pesetas. La razón que se esgrimía no era otra que mis antecesores las percibían. Daba igual que yo fuera un profesional que cobrara también, aparte, por mi trabajo. En este caso, como yo soy un ateo democrático, o sea un tonto del haba, renuncié al cobro de dietas y dejé la confederación con trescientos euros de superávit que ahora los estarán disfrutando otros. No me dio tiempo a más.
La diosa democracia es la que decide cómo tengo que educar a mis hijos, a qué debemos llamar familia, qué es el matrimonio, quien debe vivir y quien no, si hay que pagar dietas o no, y cuantas veces al día se pueden cobrar. La democracia es la nueva palabra de dios. Por eso hay políticos, los brazos ejecutores de la diosa, que ven sobradamente justificado no devolver un dinero que se ha cobrado legítimamente, dada la legislación que ellos mismos se han proporcionado. Y ese trabajo se cobra, naturalmente; aunque por lo demás vayan a gastos pagados y las dietas las guarden íntegras en la buchaca. Mientras tanto, conviene saber que existen asalariados de la administración pública que realizan servicios de veinticuatro horas, durmiendo o sin dormir, sin cobrar un céntimo por ello. Desempeñan comisiones sin dietas que las sufraguen, eso sí les dan un bocadillo y una naranja para que no tengan que gastarse en la comida. Asalariados cuyos sueldos no llegan ni a la mitad de lo que se cobra por una reunión en la CAN. Y, por si fuera poco, para equilibrar las penurias de los desempleados, se les quita una paga extraordinaria, o más si viene al caso.
Se trata de la crisis. Lo lamentable es que aún pervivan ejecutivos de la diosa democracia que se justifiquen negándose a devolver lo que, a otros muchos, nos están haciendo perder. El sistema y quienes lo gestionan está viciado y lo que se ve no es más que la punta del iceberg. Un iceberg que viene a la deriva desde hace bastantes años. ¡A saber a cuanto ascienda la descapitalización!
Un comentario
CONSIDERO su testimonio de un altísimo valor y digno a imitar.
Ciertamente, el «servicio» es lo que es. Es algo gratuito. Si el «servicio» se convierte en prebenda, malo. Por algo hay políticos que se eternizan en sus cargos, con el miedo siempre «en el cuerpo» de si caerán bien al superior de turno y a la «tendencias» que algunos indican, y de si los echarán al paro. ¿No será éste uno de los «porqués» de la inmunda legislación sobre temas esenciales a la sociedad?: vida, familia, educación, moral general, permisos…
La política y los cargos en los cuerpos sociales son un «servicio» y, por ello, a fuerza serán de ejercicio temporal. Y cualificado, y verdaderamente representativo.
Yo confío en el hombre y creo que siempre existirán personas dispuestas a servir a los demás y no también a sí mismos.
Luego viene la cuestión del dinero, tomado a unos -desde luego sin su permiso- para dar en buena hora a otros.
Sí, enhorabuena por su testimonio.
R. de A.