Y quien dice navarro, dice español. En el fondo de este asunto estamos tropezando con dos amores -Dios y la Patria- que son los que afloran en cualquier página de los libros de historia, en los autores clásicos, o en cualquier piedra turística, y que parecen cada vez más ajenos al conjunto de las ideologías de izquierda cuyo origen, no lo olvidemos, es internacionalista y más bien apátrida.
Es loable, ciertamente, el intento que por parte de algunos sectores de la izquierda (con el PSOE a la cabeza) se ha hecho en las últimas décadas para predicar un "patriotismo constitucional", un españolismo progre (o un navarrismo "rojo"), como si fuera posible asumir la tradición católica de España y de Navarra desde prejuicios que reniegan de los valores constitutivos de nuestra trayectoria histórica: la persona, la trascendencia, la familia, la autoridad, la patria, la tradición, la libertad, etc. Pero llegados a este punto parece detectarse un cierto cansancio en esos ideólogos. Da la sensación de que empiezan a dar por perdida la posibilidad de construir su mundo progre y feliz con los viejos ladrillos de nuestras tradiciones navarras y españolas.
La otra posición izquierdista, más radical, es la de quienes se empeñan todavía en construir el patriotismo euskadiano, que se nutre de los mitos étnicos y que resulta, por tanto, relativamente fácil de llenar del contenido que apetezcan los mas listos, o los más fuertes, o los más decididos de cada momento. Pero esta opción está también cayendo.
No sabemos pues cómo evolucionará, ni con qué fuerza, el intento de fundar una especie de "Ex-paña" (y ex-Navarra) al estilo de una URSS que hacía tabla rasa de las tradiciones previas. ¿Qué nos deparará el futuro? ¿Serán instituciones tan frías como la Unión Europea o la misma ONU capaces de general un nuevo patriotismo globalizador que nos integre a todos? Merece la pena pensar un poco en ello.
Jerónimo Erro