Antes se decía en tono de broma. Pero ya no tiene ni pizca de gracia esto de ser un auténtico pagano. Los impuestos se superponen unos a otros, indirectos, directos, generales y locales de forma que al final uno pierde la cuenta de cuánto suma la cosa. Lo único que tenemos claro es que pagamos mucho, y sospechamos que hay cosas por las que estamos pagando doble. Una de las consecuencias más perniciosas que ha tenido este rollo teóricamente perfecto de la soberanía nacional es que junto con el voto uno delega en los políticos cualquier decisión que tenga que ver con los dineros. Antes, mucho antes, los poderosos no se atrevían a tanto y en regímenes forales como el nuestro los aspectos fiscales requerían votaciones específicas de las cortes que en aquel entonces estaban, no lo olvidemos, atadas a la gente por el llamado mandato imperativo, un concepto que vinculaba directamente a los electores con los elegidos. Ya podemos protestar, patalear y llorar todo lo que queramos. Nos predesplumarán, codesplumarán y redesplumarán según les parezca y sin consultar.