Las izquierdas ofrecen un nuevo modelo social basado en el hedonismo y en laminar, en lo posible, la dimensión espiritual del hombre. Ridiculizan todo lo que suene a antiguo, a católico, a los valores morales. Su nueva ortodoxia, política de género y pro gay demonizan a cualquier opositor, como neoconservador, tradicional y ultra católico, por su apoyo a familia heterosexual y no aceptar el aborto como derecho.
Desde el XVIII nuestras sociedades son complejas y diversas, pero ello no debilita su tejido social sino que lo fortalece. Todo intento por uniformar e igualar, tanto las ideas como las personas, ni son posibles ni son convenientes ya que entorpecerían el vigor y las libertades de la sociedad moderna. No olvidemos que estas sociedades occidentales, fueron cimentadas en el valor de la vida, en la familia heterosexual y asentadas por una educación solvente.
La vida en el día a día nos muestra que hombres y mujeres no somos perfectos, tampoco lo son las instituciones políticas. No podemos hacer un cielo en la tierra, aunque sí podemos convertirla en un infierno. Las personas somos capaces de hacer tanto el bien como el mal, y, si descuidamos las buenas instituciones e ignoramos los principios morales lo malo en nosotros tenderá a predominar. Lo inteligente es sospechar de cualquier proyecto utópico. La nueva izquierda piensa que desde la utilización del poder, desde la ley positiva, podrá resolver los problemas de la humanidad.
Siendo realistas podemos aspirar a hacer un mundo más tolerable, pero muy lejos de ser perfecto. El progreso vendrá en la medida que reconozcamos las limitaciones humanas. Toda persona bien formada e informada, conoce que el pasado es una reserva de sabiduría útil para guiarnos en el presente. Necesitamos conducirnos por principios morales, por la experiencia social y por el complejo cuerpo de conocimiento legado por nuestros antepasados. El hombre inteligente y bien informado sabe -cosa que desconocen los nuevos izquierdistas españoles- que no nacimos ayer.