Dicen que Miguel Sanz se ha pasado al moro zapateril. No lo digo yo, lo piensan y lo dicen los tertulianos de la COPE. Lo piensan los malpensados; lo dicen los maledicentes. Pobre don Miguel. Se creen que es Nicolás Maquiavelo (….o Juan Cruz Alli). Dicen de que Sanz es capaz de cualquier cosa por mantenerse en el sillón. Y no es verdad. Sanz es bueno. Sanz es majo. Sanz es noble. Sanz ya es abuelo, y el sillón le importa un comino. Lo que pasa es que está equivocado. Bueno, al menos eso me parece a mí, modestia aparte.
Cuando la amenaza del cáncer nacionalista más arreciaba en nuestro viejo Reino, con los navarrabais fuertes y unidos (¿se acuerdan?), y con Fernando Puras tonteando con ellos, había tanto miedo en los chicos de UPN que se les empezó a ocurrir que la única manera de conjurar la amenaza nazional-socialista era tender la mano a un PSN fondón y moribundo (no lo digo por el difunto Chivite, que en paz descanse). Esa idea rutilante -y ya vieja, por cierto- podría resumirse tal que así en términos médicos: “pillemos el SIDA para evitar el cáncer”. Dicho y hecho, comenzó entonces en UPN la tarea de reanimar al PSN, como si los socialistas fueran el antídoto contra los hipervasquistas. Como si los sociatas hubieran demostrado alguna vez alguna habilidad en domesticar al separatismo. Como si ser del progre fuera garantía de foralidad. Como si tener dos contrincantes fuera mejor que tener uno solo.
Este perfil bajo y pretendidamente conciliador que muestra ahora Sanz hacia la progresía zapaterista no significa que esté sometido al PSOE. Lo que pasa es que está sobrevalorando a todos los ideólogos anti-navarros. Y que está infravalorando a la mismísima sociedad navarra.
Jerónimo Erro