Tanto hablar de la crisis económica como si fuera un monstruo con vida propia está llevando a pensar a muchos que su génesis y su lógica no tienen nada que ver con la gestión política. Está llevando a pensar que los pobres e inocentes políticos estaban gobernando tan tranquilamente y de pronto se han encontrado con una crisis que les ha fastidiado todas sus expectativas. Pero en un mundo en el que los poderes públicos son cada vez más los dueños -mediante los impuestos o bien directamente- de los bienes materiales resulta ingenuo pensar que puedan ser los políticos, los partidos, los poderes, los grupos de presión, meros espectadores desafortunados de un problema exógeno causado por “el mercado”.
La política tiene mucho que ver con la economía. Y hasta tal punto que la política ha tenido en sus manos la misma definición de economía. Si los políticos hubieran definido la economía como lo que es, como el arte de la pobreza, el arte de organizarse con lo que hay, de vivir con lo que se tiene, ahora no nos encontraríamos en esta situación crítica. Y lo que es más importante, no estaríamos hipotecando –nunca mejor dicho- a las nuevas generaciones. La distinción no es mía; la he aprendido de ese gran pensador navarro de adopción que fue Alvaro d’Ors. Decía d’Ors que era un gran error confundir la verdadera economía, que es el arte de bien administrar los bienes (o sea, lo que hace cualquier ama de casa sensata). con el “lucro”, que viene a ser el mero enriquecimiento. No es que sea mala cosa el crecimiento económico de las sociedades. Pero lo es cuando ese crecimiento se hace de forma desmesurada y artificial. Lo es cuando se basa en la especulación y en la superproducción sobre unos recursos limitados en el tiempo de forma que se esquilma lo que hay que dejar a nuestros hijos, o limitados en el espacio de forma que se crece a base de la miseria de mano de obra semi-esclava. Es entonces cuando ese crecimiento se puede definir como injusto y peligroso. Y lo mejor que nos puede pasar llegado ese momento es que venga una crisis. Al menos para que los políticos-ideólogos se vean obligados a replantearse las cosas… y de paso a recortarse el sueldo.
Jerónimo Erro