Una de las peores consecuencias de haber prescindido de Dios en los asuntos comunitarios o públicos es que nos fiamos menos unos de otros. Para el que de verdad cree que hay un Dios, y un bien objetivo, y un mal intolerable, no hay policía que valga ni fraude que pueda quedar oculto a los ojos del inspector. Y por eso estamos en crisis, igual que los bancos con el préstamo interbancario. Porque falta confianza. La cuestión es de sentido común: a mayor confianza más tranquilidad, menos papeleo, menos control, menos inspección, mejor ambiente y más felicidad. Si no tuviéramos todos que hacer tantas anotaciones para guardar por si acaso todos los justificantes burocráticos; ni no hubiera tanto miedo a salirse del protocolo marcado, podríamos centrarnos cada uno en lo que sabemos hacer. El carnicero a hacer filetes, y el zapatero… a sus zapatos. Pero no es así. Nos hemos independizado de la tutela divina para caer en las garras de la burocracia humana.
Hay oficios en los que el afán registral alcanza cotas realmente penosas para los empleados con vocación. Pienso, por ejemplo, en los maestros, y en los agricultores, aunque no son los únicos. Tanto unos como otros deberían trabajar sin gafas de leer, mirando siempre a los niños, o a las espigas y no forzando la vista ante una pantalla de ordenador o para rellenar formularios que podrían evitarse, simplemente, con más confianza.
Jerónimo Erro