Un amigo vizcaíno, que lo sufre más que nosotros, ha optado por llamar a esta costumbre: “jugar a vascos”. Así nos referimos, mi amigo y yo, a la ridiculez que perpetran algunos castellanoparlantes, ignorantes de la lengua vasca, euskaldunes frustrados, cada vez que inician o concluyen su perorata con un “kaixo” y un “agur”. Tal vez se crean que meter un “gero arte” o un “mila ezker” euskerico sin que venga a cuento en su conversación “erdera” les exime de aprender el resto de tan venerable idioma.
No se dan cuenta de que hacer eso es igual de tonto que un pijo madrileño diciendo “of course” o llamando “London” a la capital británica. Cada uno es lo que es, y habla lo que habla. Y lo sano es asumirlo con naturalidad. Es el abc de la sabiduría china: que el hombre feliz no es aquel que consigue lo que ama, sino el que ama lo que ya tiene.
No digo que no se puedan utilizar alguna vez, intercaladas con gracia, expresiones de idiomas diferentes al propio. Eso se ha hecho “toujour”. Pero si uno llega con la tontería (como quien se borra el apellido Martínez) hasta el extremo de despreciar su propia lengua materna, aquella en la que piensa y con la que aprendió a leer, se convierte de hecho en una especie de parricida verbal, en un suicida mental, en un agresor genealógico. ¿Cómo nos fiaremos entonces de su lealtad hacia el idioma adoptivo del que apenas se toman algunas muletillas? Creo que no nos fiaremos, sencillamente.
Jerónimo Erro