El problema no es la velocidad, sino el espacio partido por el tiempo. Quiero decir, que todo nuestro gran logro civilizador ha sido haber creado un mundo en el que la distancia que hemos de recorrer es demasiado grande. No nos damos cuenta porque hemos sido educados para la prisa inútil, pero lo cierto es que vivimos cruzando una distancia inhumana, desmesurada, que recorremos a base de quemar en cien años un combustible fósil que tardó milenios en formarse.
Pudimos haber planeado las cosas de otro modo, más ergonómico. Aquí duermo, aquí trabajo, aquí como y aquí me divierto. Pero no. Dicen -como recordaba el gran Rubén Darío- «que el progreso es erupción, que en donde pones la bala el porvenir pones…». Y con esa música de fondo hemos seguido el estilo americano como si el petroleo fuera agua del cielo, o vino de la eterna fuente de Irache. Y ahora, cuando tenemos que aminorar por exigencias del guión energético, y por la imprevisión del mandamás, nos dolemos. ¡Ay!
Un comentario
Es cierto. Pero así aprendemos los seres humanos. Somos como niños con juguetes nuevos, como adolescentes que «ya» saben, «ya» son mayores. Los griegos lo llamaban «hybris». Ha llovido mucho desde entonces, y seguimos incurriendo en los mismos errores. La humanidad nace casi con cada ser humano, conoce el paraíso terrenal, sale poco a poco de la infancia, come del arbol prohibido del conocimiento del bien y del mal, y de golpe, se percibe desnuda, asustada y sola en un paraje que ha dejado de ser el jardín del Edén (que absolutamente maravilloso es el Génesis).
Así aprendemos, decía al principio. ¿de verdad aprendemos? Avanza la ciencia, pero no lo mas espiritual del hombre.