Incluso podría darse el caso de un terrorista no-violento. Por ejemplo: el monstruo de Frankenstein, que era una buenísima persona (bueno, era un mixto de varias) y sin embargo aterrorizaba al personal con su sola presencia. No está bien identificar la palabra violencia con lo que hace la ETA porque hacen mal incluso cuando no explota nada. O sea, que no es la violencia lo que hay que condenar. Porque si nos ponemos tiquismiquis y perdemos de vista que puede haber violencias justificables -si, he dicho justificables ¡sacrilegio!- tendríamos que mandar al ostracismo histórico no solo a los modernos etarras sino a muchos de los que han dejado estatua en Pamplona. A San Ignacio, que fue soldado; a Pompeyo, que jefe de soldados; a todos nuestros reyes, que hacían guerras como si nada, a Gayarre que vaya usted a saber de qué se habrá disfrazado en los escenarios. Incluso hasta el recuerdo de Indurain habría de ponerse en cuarentena ¿porque acaso no es “violencia” subir las montañas del Tour pedaleando?
El terrorismo se parece más al periodismo que a la guerra. Es más propaganda que ejercicio de las armas. Si es condenable es porque es un relativismo que disocia absolutamente el fin de los medios. Más que condenarlos lo que hay que hacer con los nacionalistas profundos es convencerles. Y me da igual que se pongan unos calzoncillos como Ghandi. Están equivocados.
Jerónimo Erro