¿Pero todavía existe eso? -se preguntará algún urbanita de los que piensa que la vaca pone el tetrabrick como la gallina el huevo- 12.000 agricultores (y ganaderos) no parece gran cosa para la vieja y fértil Navarra. Si a esa cantidad sumamos los 13.000 trabajadores de la industria agroalimentaria ya nos acercamos a un número respetable. Similar al de los funcionarios.
Dice la consejera del ramo, Begoña Sanzberro, que está contenta porque el sector aumenta y mejora. Nos alegramos. Dicen también que se prevé que el sector aumente su aportación al PIB foral en lo venidero. Da gusto oír de vez en cuanto alguna buena noticia. A lo mejor es porque la actividad primaria -menos prescindible, se supone- es la que menos se resiente en los momentos de recorte. Pero también pudiera ser que el peso de la subvención fuera decisivo: casi un tercio de las inversiones de 2008 en agricultura proceden de la subvención, o sea, del dinero público.
Y llegados a este punto, y fieles a nuestra misión de dar que pensar echamos la imaginación al vuelo: ¿Qué sería de nuestro campo sin subvenciones? ¿Podría caminar el inválido sin las muletas que le viene prestando un ejército de burócratas que redacta farragosas normativas para dedicarse luego a prestar su ayuda solícita al pobre agricultor que se ve obligado a laborar en el campo del papeleo antes que en el real?
O visto desde otro punto de vista: ¿Qué sería de nuestro buen funcionariado de agricultura, ganadería, desarrollo rural, industria agroalimentaria y medio ambiente sin todas esas subvenciones que gestionar?
Jerónimo Erro