Si me lo permiten me pondré un poco chauvinista. Antes, en las elecciones del 2007 sin ir más lejos, habíamos llegado a un grado de navarrismo electoral bastante satisfactorio para los que creemos en la personalidad y autonomía foral de Navarra y en eso que algunos pomposamente llaman «ámbito de decisión». Nos habíamos acostumbrado a que, por encima de muchos muchísimos defectos, teníamos mangoneando en nuestra entrañable menestra política foral a una serie de partidos con sede en Pamplona. Hasta los zabaletistas estaban cada vez más forales. Todos los parlamentarios, salvo los del PSOE y los comunistas de IU eran de obediencia pamplonica.
Ahora la cosa está cambiando porque la previsible irrupción en el parlamento del PP y de Bilbu -digo, Bildu- va a alejar de Navarra alguna que otra reunión importante para nuestros intereses como comunidad política. En el campo de los extraparlamentarios se presentan también por vez primera gentes antiforales, jacobinas o apátridas como los de UPyD o los de SAIn. Hay otras muchas varas de medir la votabilidad de unos y otros, no lo niego, pero en lo que es navarridad general me temo que podríamos salir perdiendo.