No se qué estarán tramando a estas alturas, cuando ya está en su sitio parte del vallado del encierro, los encargados de televisar las cosas que suelen hacer los pamploneses y visitantes entre el 6 y el 14 de julio. Ojalá que se haga lo posible por evitar la zafiedad de las retransmisiones que vomitó “la cuatro” en la edición de 2007. A lo mejor el Ayuntamiento, el Gobierno de Navarra y si me apuran hasta el defensor del pueblo (y de la dignidad de ese pueblo) pueden hacer algo para que los televidentes del mundo no identiquen Pamplona con desmadre burdo y alcoholizado. Claro que si vuelven a traer al insoportable Boris Izaguirre como comentarista bufo la degradación de la fiesta está asegurada.
En cambio esa tontería publicitaria y surrealista de hacer correr dos bólidos de F1 por la Estafeta a 20 kilómetros por hora no deja de tener su gracia. Creo que es lo más “sanferminero” (o pre-sanferminero) que se ha programado ultimamente. La versión actualizada de los funambulistas y hombres-bala de antaño. Al fin y al cabo lo más típico de nuestras fiestas pamplonicas no es el conjunto de ritos esclerotizados con el que quieren montar un museo. El espíritu sanferminero es eso, un espíritu, un talante, unas ganas tremendas de hacer el mono, o no, independientemente de lo que diga el “programa de fiestas”. Espíritu sin el cual no hubiera nacido nada de lo que hoy en día nos parece imprescindible. Ni el pañuelico, ni el cohete, ni las pancartas, ni las murgas cansinas de los tentidos de sol, ni esa carrera de locos delante de la muerte, ni el cabezón de cartón que pega a los niños.
– Entonces -dice el guiri que no se entera- ¿no puedo hacer lo que me de la gana?.
– Puedes, pequeño saltamontes, pero no sin el espíritu de los “castas”.
– ¿Y cómo puedo -oh maestro- adquirir ese espíritu?
– ¡Descomplícate! ¡Viva San Fermín!
Jerónimo Erro