Democracia y soberbia

El principal problema de todos los políticos es la soberbia. Una vez que ha conseguido encaramarse sobre el pavés, el político tiene la tentación de creerse superior al resto de los mortales. Para una persona que tal vez se defendía a duras penas en su profesión, verse de pronto encorbatado, con guardaespaldas, rodeado de lujo y mármoles pulidos, con un coche oficial y un sueldo desahogado supone el riesgo cierto de caer primero en la vanidad, luego en el orgullo y finalmente en la soberbia. 

Esta cuestión tiene mucho que ver con el tipo de democracia que nos hemos montado. Un sistema en el que la libre elección entre iguales queda profundamente pervertida cuando los candidatos, apoyados por un partido y convertidos en un producto publicitario ponen todo su empeño en resultar elegidos para pasar a “vivir de la política”. Es una contradicción.

La verdadera democracia es la que se da a menudo en los pueblos pequeños, o en las comunidades de vecinos y consiste en elegir al que no quiere ser elegido. La democracia perfecta tendría que parecerse más a un sorteo que a la venta de coca-cola. Nuestros antepasados, cuando cimentaron las bases sociales y politicas de los países de la Cristiandad no hablaban mucho de democracia, es verdad, pero trataron de discurrir algunos sistemas para minimizar el pecado de orgullo en los gobernantes. Si “democracia” significa que cualquiera de nosotros puede estar llamado a las tareas políticas, a lo mejor no es tan descabellado pensar que “cualquiera” puede ser el hijo primogénito de una determinada familia. Que yo sepa nadie ha conseguido hasta ahora ser hijo de rey a base de financiar una buena campaña. En cambio, cuando elegimos al que se muere por ser elegido sobrevaloramos al candidato y hacemos que el pobre hombre “se lo crea”. Y hasta se llega a imaginar méritos insospechados en su carácter, en su espíritu, en su fuerza, en sus genes. Debe ser difícil resistir al pecado de soberbia en esas circunstancias. Por todo ello creo que sería mejor hacer como la democracia vaticana. Elegir si, pero sin campaña electoral.

 

Jerónimo Erro

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