Dentro de unas horitas estamos de lleno en el 2010. Y ni en las predicciones más conservadoras imaginábamos que a estas alturas íbamos a tener un mundo tan poco marciano. Lo de las nuevas tecnologías es una filfa. Muy aparente, pero poco revolucionario cuando se rasca un poco. Seguimos todavía, a efectos sociológicos, en pleno siglo XIX, asombrados por la capacidad destructiva del poder humano, tropezando siempre en las mismas piedras, y sin haber inventado ningún nuevo vicio que merezca la pena. Las máquinas en las que pusimos nuestra confianza están aquí y hacen lo que antes hacían los burros, los caballos y los bueyes pero poco más. Póngase Vd. a hablar con una máquina parlante para reclamar cualquier cosa referente a la factura de la luz y verá como lamenta la deshumanización de todo como una de las cosas más incómodas que puedan imaginarse. Realmente estamos todavía muy lejos del listón que pusieron hace muchas décadas los novelistas profetas de la revolución industrial. No imaginaban que iba a ser tan complicado llegar a la máquina-hombre. Porque una cosa es no funcionar bien y otra muy diferente equivocarse o pecar. Tal vez por eso las más modernas líneas de investigación están volviendo a la tentación más antigua: el hombre-máquina. Ojo.