En tiempos de crisis duele más cualquier derroche. ¿Aunque no será por culpa del despilfarro por lo que tenemos crisis? El caso es que hemos llegado a un punto en el que la palabra insostenible invade todas las conversaciones, en todas las áreas de la vida pública. La sanidad, el sistema de pensiones, el déficit público, los subsidios de todo tipo… todo se ha convertido ya en insostenible. Hemos llenado de deudas a los hijos de nuestros hijos. ¿Cómo hemos llegado a esta situación? ¿Por qué se ha gastado y se gasta tanto? Lancemos algunas hipótesis. Quienes toman en última instancia las decisiones de gasto no suelen ser las personas que están a pie de caja contando los dineros sino políticos que han llegado al despacho -en el mejor de los casos- gracias al marketing electoral. Ellos piensan -al menos lo parece- que el dinero público no es de nadie, que el Estado tiene una máquina de hacer dinero, que los impuestos no duelen, que asegurar un voto bien vale una subvención al amiguete. Se ha instalado en la administración una mentalidad de derroche que será difícil restaurar a no ser que pase algo gordo y me temo que la crisis actual no está siendo lo suficientemente gruesa. Por otra parte se abusa del término inversión cuando en realidad lo que se hace es pagar con dinero público, gastar recursos, en proyectos aventureros e innecesarios para la vida real aunque imprescindibles para adornar cualquier carrera política. Además, los partidos que no gobiernan pero de cuyos votos coyunturales depende la buena imagen del gobernante miden todas sus reivindicaciones en euros. ¿Cuántos años llevamos y en qué medida desviando los presupuestos gubernamentales por culpa de enmiendas que suponen un gasto absolutamente fuera de programa? Como ven la cosa da para mucho. Lo peor del asunto es que esta forma de gastar el dinero público está en la médula del mismo sistema partitocrático. ¿No habría alguna posibilidad de imaginar un sistema más estable, más serio, más austero, más sostenible sin necesidad de recurrir a una dictadura de cuarenta años? Porque lo que tenemos ahora lo tiene todo, derroche compulsivo y una sucesión de dictaduras de cuatro años cada una.
2 respuestas
Amen, don Jerónimo. Pero querría matizar su filípica incluyendo al resto del género humano (quiero decir, no solo el político). Querría recordarle que los fastos se producen también en la empresa privada, y en otras instituciones de toda clase (ahí tienen Uds. las faraónicas compras que hacen algunas superempresas… a crédito, los «cochazos» de empresa, los supersueldos asegurados, y los inacabables «bonus» que se reparten los brokers y jerifaltes anglosajones de entiades financieras casi quebradas). Y sin ánimo de provocar otra cosa que la reflexión, aunque sean «a mayor gloria de Dios», templos como S. Pedro del Vaticano, que provocó quiebras en la Iglesia de aquellos tiempos, y la venta de bulas que tan jústamente escandalizó a Lutero.
Por tanto, es el hombre, el hombre que se «cree poderoso» (y lo es quien tiene pasta, claro, y se cree dios). Si no comprendemos que nos afecta a todos (sean clero o laico, de izquierdas o derechas, yankis o moros) nuestras conclusiones.
Lo cortés no quita lo valiente, pero hay matizaciones: unos lo hacen con dinero «privado» y otros con el de todo
Creo que el problema está en la sociedad materialista, cpitalista, consumista y en la que las personas valen por lo que tienen, no por lo que son. Pero a nuestros jerifaltes y casi todos los «estudiosos» solo se les ocurre que la manera de salir de la crisis formada por una sociedad consumista y sin valores es fomentar el consumo. Más madera