A menudo hemos oído decir que la envidia era nuestro deporte nacional, sin embargo me voy a permitir proponer una nueva visión sobre el asunto. En efecto, con frecuencia se observa cómo la argumentación lógica, ponderada, sensata y elocuente es incapaz de sobreponerse a los discursos empobrecidos, demagógicos, tergiversadores y partidistas. En más ocasiones de las deseables, la verdad queda ensombrecida por las verdades a medias o, lo que es peor, directamente por la mentira. Todo ello, mostrado con una imagen imperturbable de extraordinaria dignidad y virtuosismo. Parece que una campaña electoral entre candidatos a la presidencia del gobierno se presta a ello. Como si se admitiera una cierta tolerancia hacia “el todo vale” entre quienes pretenden conseguir el máximo poder. Sin embargo, esta práctica habitual, que podríamos catalogar de cinismo, no sólo la podemos observar entre adversarios políticos. A poco que estemos prevenidos, podremos ser espectadores de cómo se practica con total destreza, por ejemplo, en una asamblea de vecinos. Con una visión más amplia, en cualquier tipo de asociación podrían vislumbrarse las estrategias más cínicas con los objetivos más variopintos. Y desde una visión más próxima, fijémonos en nuestro ámbito laboral o incluso familiar. ¿O es que las rupturas familiares no están precedidas y mantenidas por el cinismo más absoluto?, venga de la parte que venga.
A diferencia de la envidia, que aflige tanto al emisor como al receptor, el cinismo es bien admitido. Al espectador, en todo caso, le sorprende; aunque termina por asumirlo. No obstante, es primordial que el planteamiento ofrecido mantenga unas apariencias correctas y, a ser posible, que convenga a la mayoría. Teniendo claro el fin a conseguir, el cinismo es el mejor instrumento para lograrlo. Existen casos paradigmáticos de cinismo social ilimitado como, por ejemplo, el de la llamada “interrupción voluntaria del embarazo” o el del terrorismo etarra. Hay otros mucho más arraigados, como el perjuicio social. Es decir, el que se practica hacia el que consideramos que no merece el estatus que posee o hacia el que juzgamos con menos oportunidades de conseguir el poder. Se ejerce por igual desde todas las ideologías, pero el cinismo con el que se plantea hace que sea muy difícil superar los estereotipos. Me permito proponer una educación basada en la promoción de actitudes verdaderas, honestas y de consideración hacia los demás. Estoy convencido de que, quienes lo asuman, serán más felices y civilizados.