Sin embargo, los ‘indispensables’ en la cesta de la compra han experimentado subidas muy significativas en el último año y especialmente en el último mes. Tal es el caso del pan, que según los datos del Índice de Precios de Consumo (IPC) de julio, subió un 6,1 por ciento interanual, aunque su principal materia primera, que son los cereales y sus derivados, sólo había aumentado el 2,3 por ciento en el mismo periodo, cosa que demuestra, una vez más, que la subida no se deben a la carestía de las materias primeras sino a los costes de elaboración y transporte -no olvidamos que estos consumen energía fósil- o a la especulación. Además, el aumento del precio de los cereales en los últimos meses afecta también al precio de las carnes, que, excepto en el caso del ovino -que ha bajado-, han experimentado crecimientos tan significativos como el de la carne de ave, que se encareció un 6 por ciento en el último año, o la de vacuno, un 5,7 por ciento más cara a pesar de que los productores la cobraban más baja y ha puesto al borde de la quiebra a muchos de ellos.
Pienso que atribuir a la subida de los productos alimentarios a la subida de los precios agrícolas en origen es un gran error, pues las restantes eslabones de la cadena comercial cuentan con suficiente margen que le permite asumir, si quieren, el pequeños aumentos, en origen, sin repercutirlo en el consumidor y, por lo tanto, en el IPC. Más, si no consideran que el aumento del precio puede hacer disminuir el consumo con la consiguiente disminución de sus ventas. Repito, cuenta con suficiente margen como para no repercutir en el consumidor. Otras deben ser las causas aunque el motivo sea este.