La flotilla del grito de Greta

Cierta joven con fama de surcar los mares debe de estar ya, de vuelta, en el Reino de Suecia. Con previa escala aeroportuaria en una infraestructura francesa, la persona que responde al nombre de Greta Thunberg salió del Estado de Israel, en perfectas condiciones de salud física y emocional, sin ver menoscabada su integridad.

Con una «pandilla» de activistas oenegeros de extrema izquierda, Thunberg volvió a surcar los mares. Lo que en 2019 hiciera, en un «supuesto catamarán», en el Atlántico, lo ha repetido ahora, en un barco de vela «supuestamente artesano y rústico» por el Mar Mediterráneo, para llegar a la Franja de Gaza.

El relato oficial de la «posverdad propagandística» resultaría en que una serie de arduos occidentales habrían sacrificado su tiempo, a todo riesgo, bajo duras penas y posibles inclemencias del naufragio, para ayudar a las «supuestas víctimas de un genocidio», a los «pobres gazatíes».

Así pues se habría desarrollado una nueva «performance sensacionalista» del wokismo, dentro de las constantes de la intimidación, la manipulación y el victimismo torticero. Hay que jugar con las emociones del ingenuo para incrementar las ventas de cierta versión de los hechos.

Puede que ya la figura de la «niña nórdica» ya se haya desgastado y parezca que su tiempo se haya acabado. Es cierto que a medida que se fue propagando el «virus chino», su actividad y su relevancia comenzaron a diluirse de manera notoria.

En su momento, pudo ser protagonista de un intento sensacionalista para intentar convencer a la gente de la necesidad de renunciar a las libertades concretas y la prosperidad material para «salvar al planeta» (de ahí que pudiera ser más convincente la premisa del «no tendrás nada y serás feliz»).

Pero ya no ha sido así. Lo que es relevante es todo lo que trae consigo el plan propagandista del wokismo en relación al Estado de Israel, que no deja de ser intrínseco a su furibundo odio hacia Occidente por todo aquello que lleva consigo.

La izquierda no está disimulando ni mostrando más escrúpulos a la hora de apoyar a un grupo terrorista de corte islamista al que se puede acusar de actos tales como la impía agresión de un territorio vecino, el desafío de todos los acuerdos de reparto territorial y paz, y la humillación de las mujeres y las personas homosexuales, aparte de perseguir y acribillar a los «supuestos infieles».

Hamás les aplaude, sin que ello les cause vergüenza alguna. Incluso se trata de otra bandera ideológica en la que ejerce notoria influencia el dictador posmoderno asentado en el Palacio de la Moncloa: Pedro Sánchez. Evidentemente, es muy respaldado, ante ello, por socios como PODEMOS y SUMAR así como por la ETA política, que ha encontrado un reemplazo para las ikurriñas de ciertas calles vascongadas y navarras.

Tampoco tienen reparo en respaldar el Judenfrei que en su día aplicaba el Partido Nacional-Socialista Alemán, cuyo líder, ese famoso pintor austriaco, fue un estrecho aliado de cierto muftí palestino (hubo un cálido encuentro personal e institucional en el año 1941).

Todo esto invalida, una vez más, las supuestas causas de la progrez a favor de la tolerancia, el antifascismo, las mujeres, los LGTBI, el multiculturalismo y la igualdad. Apoyan a Hamás y permiten que se intimide y se señale a los universitarios judíos de buena parte de los centros de educación superior de Occidente.

Las libertades concretas y los derechos naturales les causan repulsión. Por eso, a base de aparentes contradicciones, necesitan llevar a cabo una cínica agenda subversiva, contra todos los estamentos del orden natural (no olvidemos tampoco que la progrez va contra Dios, en favor del Estado hipertrofiado).

Que hayan utilizado a la niña Greta no deja de formar parte de su enésima insistencia para intentar manipular a la población, jugando con las emociones. Además, siendo realistas, la chica sueca vive de la utilización que hacen de ella para las escenografías de ciertas corrientes ideológicas.

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