A las 18:08 de ayer, día 15 de marzo de 2020, había ya, en todo el planeta, más de 163’5 millares de casos de pacientes afectados por CoV-2019. La mayoría de casos, dándose en China, Corea del Sur, Italia, Irán y España.
También se llegó a declarar el Estado de Alerta en España (en sí, no se trata de la única acción reguladora estatal vista a lo largo de la semana), que con el pretexto de contrarrestar la pandemia, aprovecha para reforzar su intervencionismo sobre la sociedad y la economía (dando lo mejor de sí).
De todos modos, no voy a dedicar el artículo a discutir en sí esas cuestiones que se promueven bajo la afirmación de una “falsa inseguridad” como sentimiento entre individuos. Aunque sea de manera indirecta, el asunto guarda más relación con ese avance de la cultura de la muerte llamado “eutanasia”.
Para el Bienestar del Estado, los ancianos no tienen el mismo valor
El pasado mes de febrero, el Congreso de los Diputados aprobó una proposición de ley cuyo propósito era la legalización de la eutanasia (garantizando la misma por medios estatales, y abriendo la puerta a la vulneración del derecho a la objeción de conciencia por parte de sanitarios).
Mientras, en septiembre del año pasado, el Tribunal Constitucional italiano dictaminó una serie de excepciones en el estatus de ilegalidad de esta práctica genocida. Se puso como pretexto el estado de consciencia y la afirmación de una “situación de sufrimiento intolerable”.
Con esto empieza a abrirse camino a ese tratamiento de determinadas categorías de personas como meros dígitos sin ningún valor trascendental (esto es también obvio cuando no se quiere reconocer la santidad de la vida humana, sino hacer prevalecer el materialismo).
De hecho, conviene señalar que ese mismo Bienestar del Estado que no es lo único que pagamos coactivamente a costa de la mitad (prácticamente) de nuestros salarios ha promovido valores basados en el cortoplacismo, el hedonismo y la irresponsabilidad.
Y es que esos valores han contribuido a que como sociedad incurramos más en patrones de comportamiento adulto-céntrico, en base a un atomismo que no garantiza libertad alguna, sino que allana el camino a lo contrario.
El colapso intensificado por el CoV-2019 está fomentando el descarte
En países como España e Italia, donde existía ya un monopolio a efectos prácticos de los servicios sanitarios “provistos” por el Estado, había colapso en materia de listas de espera para consultas, pruebas diagnósticas y operaciones quirúrgicas.
Ahora bien, los incrementos más o menos exponenciales de casos de coronavirus están dando lugar a un incremento de la atención sanitaria tanto en consultorios como en hospitales (en algunos casos, han acabado restando prioridad a otra clase de servicios no urgentes).
Pero el asunto no está consistiendo, simplemente, en retrasar pruebas diagnósticas o tratamientos ambulatorios con carácter no preferente. La cosa está siendo más escalofriante, tanto en Italia como en España, y viene a guardar relación con la gerontofobia pasiva.
El número de Unidades de Cuidados Intensivos (UCIs) no es suficiente en la mayoría de centros hospitalarios estatales (colapsados también dado que indirectamente, la mayoría de ciudadanos se ven obligados a demandar sus servicios, ya que los pagan independiente de su voluntad).
Por lo tanto, en no pocas clínicas y hospitales tanto españoles como italianos, el orden de preferencia-prioridad para entrar en una sección de estas no depende tanto de la enfermedad y la gravedad, sino de la edad. Así pues, se está descartando a aquellos que tienen, como mínimo, 80 años.
Con ello, se estaría trasladando el mensaje de que la supervivencia de la población de una edad muy avanzada es algo que no tiene importancia, que no es necesario. De hecho, considerar esto no parece algo muy desconectado de la realidad.
El gasto sanitario tiende a ser mayor a medida que uno tiene más edad. Los ancianos reciben una proporción más amplia del mismo dado que son más vulnerables (en el sentido médico), aparte de requerir prestaciones de dependencia y de recibir pensiones de jubilación.
Además, buena parte de regiones europeas, entre las que figurarían Extremadura y Asturias, se están convirtiendo en geriátricos poblacionales, dado que la tasa de natalidad cae en picado mientras que los jóvenes que quedan buscan oportunidades en urbes como Madrid, Munich o Dublín.
Así pues, la tercera edad se ha convertido, desgraciadamente, en una carga tanto para sus descendientes como para el llamado Bienestar del Estado. Por eso se valoran el descarte en asistencia sanitaria y las prácticas eutanásicas.
Por lo tanto, como sociedad, conviene que renunciemos a nuestro adultocentrismo y que abramos los ojos. No tengamos miedo a reconocer que la deidad artificial del Estado no garantiza nada bueno, que se trata de un artificio revolucionario, de la encarnación del demonio. Frenemos el avance del mal.