Sumar quiere restar horas de trabajo. De hecho, la ministra de Trabajo quiere acabar con el trabajo. Si cuanto menos se trabaja mejor va todo, no se entiende cómo no lo había descubierto hasta ahora la humanidad. Tumbarse a la bartola sin hacer nada es la clave de la prosperidad. Ponerse a trabajar sólo sirve para empeorar. Cuanto más trabajas máspobre te vuelves y peor va todo. Con estas premisas cómo va a creer alguien en el valor del esfuerzo o la meritocracia. El problema es que este tipo de ideas parece que no están sólo ya en nuestro pintoresco gobierno, sino también al menos en la pintoresca oposición del Partido Popular.
Desde luego podemos preguntarnos quién fue el loco que, teniendo todo hecho y cayendo el maná del cielo, tuvo la ocurrencia de empezar a trabajar para estropear las cosas. O podemos preguntarnos si el trabajo surgió como una necesidad inmediata precisamente porque las cosas no se hacen solas y el maná hace tiempo por nuestros pecados que no cae del cielo. Pensar que la forma de hacer que el mundo avance es trabajar menos implica creer que la comida, la vivienda, la educación o la sanidad caen del cielo. Para llegar al nivel de los alemanes, ¿a quién se le ocurre que hay que trabajar la mitad que los alemanes? Esforzarse para conseguir algo es por lo visto una idea machirula. Cuanto menos estudias, más aprendes. ¿Qué clase de cirujano querrá sin embargo Errejón que le opere? ¿Uno al que sin trabajo y estudio le cayó el título del cielo? En un universo en el que las cosas se hacen solas las ideas de Sumar puede que fueran maravillosas, pero en un universo en que para conseguir las cosas hay que esforzarse, y a veces ni esforzándose se consiguen las cosas, quedarte mirando cómo todo se resuelve solo puede ser una mala idea. La pregunta es, ¿en cuál de esos dos universos vivimos? Desde luego Errejón vive en el primero pero, ¿dónde vivimos el resto?
Existe no obstante, como un eco lejano, un fondo remoto de lógica en el discurso errejoniano, que lógicamente no es original de Errejón sino que forma parte del discurso woke imperante. La idea es que la inteligencia artificial permitirá a la humanidad producir lo mismo con mucho menos esfuerzo, y por tanto habrá mucho más tiempo libre para escuchar a Errejón.
Retomando la idea de que para igualar a los alemanes partiendo de más abajo hay que trabajar más que los alemanes para pillarlos, lo cierto es que los alemanes generan más riqueza no tanto por trabajar mas sino por ser más productivos. Es decir, hay un fondo de verdad en que se puede trabajar menos para conseguir lo mismo si eres capaz de ser más productivo. El problema es que para eso tienes que ser más productivo y España, si por algo se caracteriza en los últimos tiempos, es por la baja productividad. No existe por tanto una situación que justifique plantearse una reducción de la jornada laboral con carácter general cobrando lo mismo.
Cada reducción en las horas de trabajo que ha ido siendo posible en los últimos siglos ha venido acompañada de saltos tecnológicos, que generaban un aumento de la productividad posibilitando esa disminución del tiempo trabajado. Pensemos por ejemplo en todos los avances en el transporte, la electricidad, los motores de combustión, el teléfono, las comunicaciones en general, la industrialización, la fabricación en serie, internet… ¿Puede ser que la inteligencia artificial pueda revolucionar la cantidad de horas que dedicamos a trabajar?
Desde luego primero tendrá que venir la revolución en la productividad y después la reducción de la jornada laboral. Escuchando a Errejón casi parece que las cosas son al revés, que primero te mojas y después llueve, que primero te pones la tirita y después aparece la herida, o que te asustas y entonces suena un petardo. No sólo es que primero habrá que ver si la inteligencia artificial cumple las expectativas generadas y si se produce o no una explosión de la productividad. Habrá que ver también, incluso en ese escenario, qué sectores y qué países se pueden aprovechar de esa explosión de la productividad caso de que efectivamente se produzca. O sea, a lo mejor la IA hace desaparecer prácticamente a los taxistas, los operadores telefónicos o los administrativos, pero no afecta en absoluto a los albañiles. A lo mejor por esto mismo la IA significa un gran aumento de la productividad en Alemania pero no en España, o dentro de España lo supone en Madrid pero no en Extremadura, o representa un cambio de paradigma para la mitad de los extremeños, pero no para la otra mitad. Todos esos millones y millones de inmigrantes sin ningún tipo de cualificación sobre los que pretendemos hacer descansar el futuro de nuestra economía, ¿qué afectación tendrá sobre ellos y sus trabajos (y su productividad) la inteligencia artificial?
Decíamos que el pensamiento woke, tras vendernos la idea de que todo lo paguen los ricos, puede intentar vendernos la idea de que todo el trabajo lo hagan los listos. O sea, la gente con trabajos y capacidades creativas, cuya labor no pueda ser sustituida por la inteligencia artificial, no va a tener menos trabajo sino puede que más. La inteligencia artificial, por otro lado, es muy lista con los logaritmos pero bastante incompetente cambiando pañales. Por consiguiente, usar, dirigir y programar la inteligencia artificial puede quedar reservado a la mente de un pequeño segmento de expertos mientras otros muchos trabajos manuales no van a quedar afectados por la IA ni van a experimentar un salto en la productividad. ¿Cómo vas a reducir entonces la jornada laboral a todo el mundo? ¿Cómo vas a ser pionero y puntero en IA si tu sistema educativo o tu tejido empresarial no es un caldo de cultivo propicio para la generación de ese tipo de personas que van a aprovechar, dirigir o desarrollar la IA? Si la IA no es además capaz de generar todo tipo de insensateces y gansadas random, ¿cómo vamos a conseguir sustituir artificialmente la constante labor por el progreso de Yolanda Díaz o Errejón?