No tendrás coche propio y serás… ¿feliz?

Entre los partidarios de la electrificación del parque automovilístico y la transición energética 2030 cunde el optimismo respecto a la venta de vehículos totalmente eléctricos. Efectivamente, se trata de un porcentaje en ascenso, lógicamente, puesto que venimos de prácticamente cero eléctricos. O sea, que inevitablemente suben las ventas y el porcentaje de coches eléctricos. ¿Pero qué significa ese dato puesto en contexto?

Pensemos además que el crecimiento de los vehículos eléctricos viene condicionado por dos factores más que por la demanda o el interés real de los ciudadanos. En primer lugar, tenemos al estado interviniendo fortísimamente para promocionar las ventas de vehículos eléctricos. Navarra es el camino, efectivamente, pero en ese sentido. Las ventas de coches eléctricos se encuentran totalmente dopadas por las ayudas de la administración, lo que por otro lado no deja de ser curioso desde un punto de vista progresista, teniendo en cuenta que la electrificación, aunque de se supone que es una política de progreso, en el fondo se trata de subvencionar la compra de los coches de los ricos. Esto nos lleva al otro lado de la moneda, donde la subida del porcentaje de los eléctricos se explica además de por las ayudas a estos vehículas por la fortísima penalización del estado contra los vehículos de combustión. Estas penalizaciones van desde la fiscalidad hasta la prohibición escalada de fabricación y utilización. El trabajador humilde que tiene un diésel viejo es masacrado fiscalmente para subvencionar la compra del Tesla o el Mercedes eléctrico de un rico. Sin estas políticas intervencionaistas de promoción por un lado, y persecución por otro, no se entiende nada respecto al ascenso o el descenso de unos vehículos y otros.

Dicho todo lo anterior, la cuestión no es si los vehículos eléctricos son ahora el 10% de los que se matriculan, el 25%, o el 90%, sino respecto a qué cantidad son ahora ese porcentaje. Es decir, no es lo mismo vender un 25% de eléctricos si las ventas de coches son 1 millón de vehículos al año, como en 2024, que si las ventas son de 1,6 millones como en 2007. En este sentido lo que apreciamos es un imparable desplome de las cifras totales de ventas de vehículos en España desde hace casi dos décadas. El porcentaje de eléctricos es cada vez mayor, pero respecto a un número total de vehículos cada vez menor.

Puesto que los precios de los coches de combustión se han disparado a causa de la fiscalidad y las exigencias técnicas de las normativas medioambientales, el otro efecto que se ha producido aparte de la caída de las ventas es el envejecimiento del parque de vehículos. Puesto que la gente no tiene capacidad económica para comprarse un coche eléctrico, pero tampoco un nuevo coche de combustión porque la administración ha igualado artificialmente los precios por arriba, a lo que asistimos es a una cubanización del parque automovilístico español.

El estado sin embargo va topando el envejecimiento de los coches de combustión estableciendo prohibiciones no sólo a la fabricación, sino a la circulación, de modo que en un futuro próximo sólo haya vehículos eléctricos con permiso para poder circular. El objetivo no es sólo que todos los coches en circulación sean eléctricos, sino que el número de coches circulando sea mucho menor que en la actualidad. Los políticos se hacen fotos sonriendo con los trabajadores del sector de la automoción y les prometen seguridad laboral para que les sigan votando, pero lo cierto es que ya se ha determinado su semi extinción.

La mala noticia para China es que las zonas de bajas emisiones, cuya finalidad es desincentivar totalmente la compra o conservación de coches de combustión, se encuentran ultimamente cuestionadas tanto por los tribunales como por la reacción popular. Naturalmente toda reacción popular que no sea además una reacción electoral no existe para los gobernantes. La noticia es mala para China porque es quien al final se prepara para acabar con todas las marchas tradicionales europeas de vehículos y copar la fabricación de baterías y de vehículos eléctricos. Irónicamente China produce los vehículos eléctricos mediante procesos de fabricación altamente contaminantes.

Aparte todas las consideraciones anteriores, la desaparición del vehículo particular representará sin duda un recorte para un derecho no suficientemente apreciado (hasta que se pierde) como es el de la libre circulación. Sin vehículos particulares, la población general se verá abocada al transporte público, colectivo y planificado, tanto en lo que respecta a rutas y destinos como horarios. La gente sólo podrá ir adonde haya una línea establecida por el estado, con los horarios determinados por el estado, con los retrasos habituales en el estado. Esto significa que a todo el resto de lugares será complicado desplazarse, porque ni el transporte público va a cubrir siquiera ineficientemente el 100% del territorio, ni se van a contemplar los desplazamientos de ocio. El último clavo en el ataúd de la libre circulación o el placer de conducir será la obligatoriedad del piloto automático, cuando se concluya que la principal causa de los accidentes de tráfico sea el factor humano. Adiós al placer de conducir, adiós al derecho a la libre circulación real, adiós al irse a un lugar u otro sin ser controlado o estar localizado, y adiós al vehículo en propiedad para el españolito normal.

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