Según la izquierda, uno de los principales desafíos que tiene planteado la sociedad española -en realidad, toda la humanidad- es hacer frente al cambio climático. Con este planteamiento, aparecen ante la opinión pública como personas sensatas y previsoras. En cambio, la gente de derechas, que negamos la urgencia de esta alarma desatada por la autoridad de Greta Thunberg, quedamos como negacionistas obtusos que pretendemos vivir de forma irresponsable, manteniendo unos estándares de vida insostenibles.

Pero resulta que los ciudadanos no somos vasallos infantiles, a los que se pueden dar órdenes de parte de supuestos “expertos” a quienes debemos obediencia ciega. También en nosotros ha calado “la funesta manía de pensar” que tienen las personas ilustradas. Si pretenden que seamos obedientes a unas normas que van a cambiar de forma radical nuestros hábitos de vida, lo primero que tienen que hacer es ofrecernos evidencias empíricas (o, al menos, indicios fundados) de que el fenómeno detectado se está realmente produciendo y que es debido a la acción humana.

Partimos de la evidencia de que el clima sobre la tierra ha cambiado, cambia y seguirá cambiando en los milenios sucesivos. Sabemos que, en el pasado, existieron las glaciaciones y épocas en las que fluyeron ríos por el desierto del Sahara. Y en una escala más reducida, se tienen noticias de cambios más recientes, como el enfriamiento general que se produjo en el siglo XVII. Nada nos induce a pensar que en 2022 vivimos en un óptimo climático que tenemos obligación de mantener a toda costa para poder sobrevivir.

Uno puede entender que no podemos permanecer indefinidamente utilizando combustibles fósiles y lanzando emisiones que pueden tener efecto invernadero. Una lógica elemental nos enseña que las reservas de fósiles no son eternas y, aunque las nuevas técnicas de extracción pueden abastecer nuestras necesidades de petróleo aún por bastantes decenios, hay que seguir avanzando en buscar fuentes energéticas alternativas. Hace unos años nos hablaban del “calentamiento global”, fenómeno que es el que parece más probable por emitir dichos gases. Por eso resulta chocante que nos hablen ahora de “cambio climático”, expresión que no es verificable por su misma imprecisión. La ventaja que tiene para quienes la usan es que permite alarmar periódicamente a los ciudadanos en los telediarios: si hace mucho calor, es por culpa del cambio climático; si hace demasiado frío, también; si hay sequía, si hay inundaciones o pedrisco, todo es culpa del cambio climático. Los meteorólogos han establecido una “normalidad”, basándose en registros de hace un siglo en el mejor de los casos (una ridiculez en términos geológicos), y a partir de ahí se dedican a acongojar al personal con apocalipsis mediáticos ante el menor indicio de alteración, usando mapas de colores inquietantes.

Después nos enteramos de que cualquier volcán de los varios que hay activos en el planeta emite en un día cien veces más gases que toda la industria mundial en un año. Y uno se pregunta si merecerá la pena sacrificar el bienestar de la humanidad por una causa tan poco prometedora. Porque ahí está la clave: las calefacciones, los aires acondicionados, los transportes, los electrodomésticos ya forman parte de nuestra existencia y es un crimen hacer que los pobres queden excluidos de sus beneficios, sosteniendo la quimera de que los enchufes se van a cargar el planeta.

Es evidente que los poderes públicos deben favorecer una transición energética razonable. Pero lo deben hacer con incentivos y no con restricciones. Cuando aparecieron el automóvil o el motor diesel, no hubo una prohibición oficial del coche de caballos ni se cerraron fábricas de carbón ipso facto. El mercado fue haciendo atractivo el uso del vehículo de motor y del tractor, en detrimento de la carriola y de la recua de mulas, de forma espontánea, sin prohibiciones ni políticos diciéndole a la gente lo que tenía que comprar o cómo debía vivir. Y aquí viene nuestra sospecha de que se está utilizando la excusa del cambio climático para justificar el que los políticos controlen nuestra vida, lo que viene a ser la versión postmoderna del socialismo.

En realidad, la energía solar, la eólica, la producida con hidrógeno ofrecen magníficas perspectivas de futuro; y no necesitan tanta “ayuda” teledirigida desde el BOE, máxime cuando hay tantos intereses en juego. Los cambios de modelo deben hacerse paulatinamente, evitando esas imposiciones autoritarias que tanto perjudican a los sectores más humildes y que tanto benefician a los amiguetes del poder. Como, por ejemplo, eso de intentar meternos el coche eléctrico con calzador; o como poner topes a las calefacciones; o fijar un precio de la luz gravado con impuestos en cascada, como si fuera un artículo de lujo.

Resulta evidente, para colmo, que algunas fuentes de energía limpia se han postergado por razones sectarias absolutamente absurdas. La energía hidroeléctrica, por ejemplo, se ha minusvalorado en España por la negativa de nuestros políticos a hacer pantanos, ya que eso parece que es hacer seguidismo a Franco.

Lo mismo ha ocurrido con la energía nuclear, que abastece a Francia y que nosotros tenemos que importar a precio de oro. Ahora resulta que la UE ha dicho que es una energía limpia, después de decenios amedrentándonos con que era peligrosísima. Lo increíble es que lo hayan anunciado sin esbozar la menor incomodidad, como el que cambia el color de sus zapatos. ¿Ha pedido alguien perdón por su error? ¿Mintieron a sabiendas antes o lo están haciendo ahora, cuando rectifican? ¿Pueden PSOE y PP irse de rositas tras haber privado a España de esta magnífica palanca para la soberanía energética? ¿Hicieron bien nuestros políticos plegándose a las exigencias de la ETA? Porque esa decisión errónea que nos penalizó durante décadas tiene consecuencias directas sobre el bienestar de los ciudadanos, que es a quienes se deben los políticos, no a las ocurrencias de los ecologistas.

Por último, un par de detalles que nos muestran lo turbio que es este asunto del cambio climático y la hipocresía que subyace en él. En primer lugar, si los políticos ven tan claro que la acción humana está alterando el clima, lo primero que deberían hacer es dar ejemplo ellos, y reducir su tren de vida. Pero vemos cómo este gobierno despilfarrador no solo no se priva de ninguna de las comodidades que pretenden restringir a los ciudadanos, sino que es el más manirroto de la historia, el que más utiliza el Falcon y los coches oficiales. Segundo, si de verdad creen que la industria y la vida moderna contamina tanto, empiecen por exigir restricciones a los países que más polucionan: China, India, Estados Unidos, y dejen de fastidiar a naciones, como España, que apenas representan unas insignificantes décimas en esos índices que utilizan con tanta falta de rigor.

Comentarios (1)
  1. BURBUJISTA LADRILLISTA says:

    Los pantanos son al franquismo lo que las líneas de AVE son al régimen del 78

    Bien puntuado. ¿Te gusta? Thumb up 9 Thumb down 0

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