Valencia y la semana en que el debate conservador europeo encontró su lugar

Durante varios días de noviembre, Valencia dejó de ser simplemente un escenario mediterráneo para convertirse en una especie de ágora política continental. Entre los pasillos de hoteles, auditorios y salas de conferencias, se cruzaban eurodiputados, analistas, jóvenes investigadores y veteranos del pensamiento conservador. La ciudad vibró con un pulso distinto, como si durante unas jornadas hubiera recuperado la vieja tradición europea de reunir ideas antes que titulares.

La semana comenzó con la llegada de los miembros del Grupo de Conservadores y Reformistas Europeos (ECR). A puerta cerrada, los debates arrancaron con una intensidad que delataba el peso del momento político. Seguridad, migración, tecnología… temas que en Bruselas se abordan entre capas de procedimiento y diplomacia, pero que en Valencia se discutieron con un realismo poco habitual.

En las primeras filas, la delegación española —los eurodiputados Diego Solier y Nora Junco García— asumía un protagonismo difícil de ignorar. Junco, conocida por su estilo directo, dibujó un mapa de las rutas migratorias que afectan a España con una precisión quirúrgica. La ruta atlántica, los episodios de presión sobre Canarias, los paralelismos con las maniobras en Grecia y Chipre… Su intervención dejó la sensación de que el debate migratorio europeo no puede entenderse sin mirar al sur.

Solier, por su parte, llevó las discusiones hacia el terreno tecnológico y energético. Advirtió, con tonos casi pedagógicos, que Europa compite con dos gigantes —China y Estados Unidos— sin haber consolidado aún su propia base industrial digital. “O recuperamos capacidad de decisión o seguiremos dependiendo de otros”, vino a decir. La frase resonó entre los asistentes, muchos de ellos preocupados por un escenario global donde la soberanía tecnológica se ha vuelto una brújula imprescindible.

Entre las sesiones, cafés apresurados, conversaciones en los pasillos y comparaciones inevitables con el rumbo que otros grupos políticos europeos parecen haber tomado. La sensación general era la de estar construyendo no solo un posicionamiento, sino un marco de rumbo para una Europa que algunos en la sala consideran desenfocada.

Tras la clausura del encuentro de ECR, la ciudad apenas tuvo tiempo de respirar. New Direction, uno de los think tanks más influyentes del espacio liberal-conservador, tomó el relevo con un foro de nombre contundente: “Reclaiming Europe: Defending Sovereignty in a Multipolar World”.

El ambiente era distinto, más académico, pero igual de vibrante. Allí estaban reunidos algunos de los centros de pensamiento más activos del país, desde Atenea hasta el Instituto Juan de Mariana, pasando por CEU-CEFAS o NEOS. Un mosaico intelectual que, como admitían varios asistentes, rara vez coincide en un mismo espacio.

Nicola Procaccini, presidente del think tank y copresidente del grupo ECR, abrió el foro recordando el origen británico del proyecto fundado por Margaret Thatcher. “Las ideas importan”, dijo, citando casi al pie la consigna que dio vida al think tank. Y en la sala nadie parecía dudar de que aquella semana valenciana trataba precisamente sobre eso: sobre ideas.

Los debates sobre migración y demografía fueron especialmente densos. El analista Alejandro Macarrón puso sobre la mesa una cuestión que muchos evitan: el futuro del Estado del bienestar en una Europa envejecida. Los asistentes tomaban notas, asentían, discutían. Había una mezcla de preocupación y determinación, como si la demografía fuese una verdad incómoda que ya no se podía seguir posponiendo.

Luego llegó el turno de la energía. Expertos en soberanía energética desmontaron algunos dogmas de la transición verde, no para negarla, sino para reclamar un enfoque más realista, más vinculado a la industria y menos a los eslóganes. La sensación era clara: Europa solo podrá sostener su modelo si garantiza seguridad de suministro y competitividad.

La jornada terminó con un giro institucional. Iván Espinosa de los Monteros presentó un informe sobre calidad democrática que reavivó un debate muy presente en España: el de la confianza en las instituciones. El público escuchaba en silencio, quizás porque ese tema atraviesa transversalmente todas las demás discusiones: sin instituciones fuertes, poco puede construirse.

Y, como en el encuentro de ECR, fue el eurodiputado Diego Solier quien puso el punto final. “Reclaiming Europe no es un lema: es un ejercicio de responsabilidad”, sentenció. Fue una frase que sonó más a inicio que a cierre. Muchos la comentaban después, en los pasillos, mientras se despedían o intercambiaban tarjetas.

Cuando el último panel terminó y los asistentes comenzaron a abandonar la ciudad, Valencia regresó a su ritmo habitual. Pero durante esos días, la ciudad había sido algo más: un centro de gravedad del debate conservador europeo. Un lugar donde se habló de fronteras, energía, tecnología y valores con una seriedad que a menudo falta en otros escenarios.
Una semana en la que el conservadurismo europeo encontró, en Valencia, un punto de luz y una oportunidad para redefinir sus certezas.

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