Rodríguez sigue siendo el mismo. No ha podido cambiar mucho desde aquel entonces, entre otras cosas porque tampoco su vida ha sido especialmente intensa. Desde 1986 y hasta abril de 2004 fue diputado culiparlante, y no tuvo nunca ningún trabajo que no fuera el de calentar el escaño. Entre 1982 y 1986 fue contratado como ayudante de Derecho Constitucional en la Universidad de León, hecho que le sirve para autotitularse como “profesor de derecho”.
Rodríguez sabe que ha tenido mucha suerte en la vida, y cree que va a seguir teniéndola. No ha necesitado esforzarse demasiado, ni aprobar ninguna oposición, ni trabajar en otro sitio que en las brumas parlamentarias. Ganó sus primeras elecciones en 2004 porque así lo quisieron los ciudadanos, pero también los terroristas marroquíes.
Rodríguez cree que su mejor aliado es él mismo. Si algo ha conseguido en sus años de diputado pastueño ha sido ejercitar su dicción, perfeccionar un modo pomposo de hablar. Es de los que se sienten capaces de poner solemnidad a cualquier banalidad gracias al modo adornado con el que habla. Sus eternas pausas entre sandez y sandez y sus reiteradas coletillas hacen que sea el mejor somnífero que uno pueda encontrar. La mayor patochada, dicha por él, del tipo “alianza de civilizaciones”, parece toda una tesis política cuando él la declama. Es como si creyera que su dicción y su sonrisa es todo lo que necesita para ser presidente.
Ese que en 1994 no sabía abrocharse un abrigo es quien tiene que hacer frente a una de las mayores crisis que vive España. A ver cómo arregla esto Rodríguez con su talante, su dicción, sus dos tardes de economía, y con los diputados de cabecera que le van quedando.
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Chon Latienda