Qué más tiene que pasar

Ya de niño, cosas del carácter, la política atraía mi atención. Recuerdo los primeros años del PSOE que discutía con mis padres cómo era posible que el rey “no hiciera nada”. Yo, en mi ingenuidad, veía que los platós de televisión estaban en manos del gobierno. ¿Cómo iba a haber una democracia si no se debatía en igualdad de condiciones, si no se escuchaban más que opiniones en favor del poder?


Para mi mentalidad infantil las reglas del juego eran sagradas: jugar al fútbol cinco contra veinte era una injusticia. No era mala mi intuición: la pala socialista que verdaderamente trabajó entonces fue para socavar la democracia. Ya con este Felipe que ahora tanto se indigna (al que muchos perdonan porque al lado de los actuales sociatas parece un Séneca redivivo), se comenzó a hacer una memoria histórica falsa que colocaba a la derecha, con la que se había fingido una reconciliación, del lado de los dóberman; a los terroristas se les otorgó beneficios penitenciarios y se negoció con ellos para organizar las olimpiadas; se empezó a controlar el poder judicial; la ignorancia de la cultura entró en las aulas, aupando nacionalismos y discursos antipatrióticos; y la corrupción se asoció como epíteto a la política. De entonces a acá, el socialismo, con el aquiescencia del PP, no ha hecho más que ahondar.


Ironías de la vida, en el 50 aniversario de la muerte de Franco asistimos al ocaso de esta izquiedicitis. Se apaga la aureola de la progrez, y esta última semana ha sido el punto de inflexión. Escuchar a periodistas zurdos como Ferreras criticando como uno más del fango mediático a Sánchez y sus soldadillos de plomo era impensable hasta hace dos días.


Aunque nos fustigamos diciendo que un escándalo tapa a otro eso no es verdad. La memoria es muy engañosa. Aquello que parecía olvidado vuelve en época de revisión. La revisión profunda e implacable se está dando ya: el partido socialista es un abanderado de la corrupción con un descaro que ya se no se puede maquillar. El juicio implacable al socialismo y a todos los satélites que lo sostienen es y va a seguir siendo implacable. Al revés que la economía, va como un cohete. Mientras repaso por última vez este artículo escucho en la radio sobre el curioso ascenso de Servinavar, con Cerdán, la pareja de Alzórriz, el exalto cargo de Pedebesa, Venezuela.


Pero la barahúnda de nombres, guasaps, mordidas, enchufes, maniobras, prostitutas, desastres, pandemias, apagones, cables de trenes, presas demolidas, olivos arrancados, pruebas destruidas (las últimas, este mismo fin de semana: mientras Sánchez decía que colaborarán con la justicia, dejaban entrar a Santos Cerdán en la sede para retirar sus pertenencias) y Delsis Rodríguez es tal que es muy fácil perdernos en lo esencial. Y lo esencial es que el gobierno estaba dispuesto desde antes de llegar al poder a dar un golpe de estado. El tercero en democracia, después de los atentados del 11 de marzo de 2004 y la declaración de independencia de Cataluña del 2017. Lo que llaman primero fue un montaje propagandístico.


La última vez que escribí sobre política nacional me preguntaba cómo era posible que desde la oposición y los medios independientes se haya sentenciado que España está en el mismo proceso que pasó Venezuela y, siendo eso así, nadie pida a su Majestad el Rey que disuelva este gobierno, en nombre del artículo 8. Un amigo jurista de gran formación me recordaba que el artículo 104 reza que las Fuerzas y Cuerpos de seguridad actúan bajo la dependencia del gobierno; y lo que rápidamente pensamos -y acaso nos alivia, para evitar problemas- es que un rey está maniatado. Lo cual me reafirma en que un texto constitucional no puede entrar en un callejón sin salida. Un gobierno golpista no va a mandar al ejército a que le pare los pies. El Rey tendría la oportunidad de pasar a la historia como un intérprete valiente y justo del texto constitucional: el Gobierno ha acabado con la unidad y la igualdad ante la ley y con el orden constitucional. Es público y notorio, y Su Majestad lo sabe: la amnistía, el borrado de los ERE, el proyecto de ley para poner al gobierno a procesarse a sí mismo, eligiendo a jueces por competencias curriculares, como en la ESO; ya con la legalización de la ETA por el Constitucional con Zapatero. De la misma manera, si llevamos al extremo la sinrazón de que porque el Rey firma las leyes del Gobierno debe firmar cualquier cosa que salga del Gobierno, la monarquía podría ser conducida al paredón. Si un Gobierno pierde su legitimidad, el Rey tiene no sólo el derecho sino el deber de mandarlo al guano; ya habrá tiempo después en las elecciones para que el pueblo juzgue su decisión.

Pero apenas nadie se atreve a iniciar este debate. Qué miedo hay en España todavía, cincuenta años después. Todo por un Pedro Sánchez que no puede salir a la calle, porque hay una amplia mayoría consciente de que se ha cruzado un límite, que es la ley, el orden, las reglas del juego. Los insultos no son más que un desahogo, que se queda corto a cada frase que su sanchidad añade, con engolamiento estomacante, al infamante repertorio de su verbo vacuo y su hortera presencia. A mi entender no tiene media torta, y el hecho de que haya llegado a donde ha llegado, desde un Peugeot ocupado de machirulos, casado con la contable de la putisauna, plagiando una tesis doctoral y con votos trucados en sus primarias y en Correos, da la medida del valor moral y cultural de España. Nunca hasta ahora se empezaba a dirigir la crítica no sólo a los dirigentes, sino a sus votantes. Hombre, es para decirles algo ya a estas alturas, queridos votantes de la izquierda, porque quién no tiene un amigo y un cuñado progre. Mientras una mísera cebolla de ensalada se acerca al euro nos vende este patán que la economía va como un cohete.


Una economía maquillada -como la quijada de compungido que le plantaron- con fijos discontinuos, lerdas que no saben hablar, una presión fiscal insultante y ayudas europeas que no se sabe dó van; una economía que va como un cohete a la quiebra, mientras Sánchez, que es egocéntrico pero no es tonto, recibe con las manos abiertas a futuros votantes de Marruecos a los que riega de ayudas. Pero todo es presunto ahora, hasta la ocupación, la inmigración ilegal, los delitos callejeros, la subida disparada de la cesta de la compra. Nunca como ahora se habla del presunto adjetivo presunto.


Acabaremos pasando por los tribunales la predicción del tiempo. España está enfangada en procesos larguísimos que no se resolverán nunca, porque el sistema se ha convertido en un cachalote en beneficio de los delincuentes, a los que se deja destruir las pruebas como a Cerdán le dejan entrar en la sede.


Mientras escribo este artículo me llega la noticia de la dimisión del navarro Alzórriz. Cuál será el próximo resunto. No: el adjetivo presunto es para referirse a una condición del procesado en el proceso judicial, no para describir si esta noche llovió, porque el patio está mojado. Es evidente, por ejemplo, que el autor del baile de las hirimoyas es un músico de medio pelo al que le pusieron despacho, como a la bachiller de la Moncloa el rector de la complutense la tiene enchufada. Ni presunto ni leches. Cuando la vida circula poniéndose una venda ante lo público y notorio empiezan las dictaduras.


Ya digo que a Sánchez no se le puede escuchar, como no se puede soportar a esa vicepresidenta (hay varias, como en los mercados de saldo) que se hace la rubia rompiendo la sintaxis a cada sintagma, cuyos argumentos consisten en tragar saliva antes de cada frase; no se les puede escuchar a ninguno de ellos manoseando lo comprometidos que están con los derechos, la democracia, la corrupción ligth y el calor del verano; comprometidos con vuestro bolsillo, farsantes. Ya de paso, y por amor a la lengua: se puede ser andaluz, pero comerse las consonantes con esa avidez de ordinaria comiendo palomitas con la boca abierta, porque “vamua se repetuoso con la cotitusió”, es una caricatura imperdonable ya en un diputado raso.


La galería de guiñoles que conforman el gobierno haría las delicias de Ramón del Valle-Inclán. Las mejores frases del escritor gallego las puedes encontrar en sus acotaciones teatrales de Martes de carnaval. El presidente, recorte azul sobre una lona de feria roja y desvaída. Un reloj marca las cinco; el estómago del dignatario lanza un lamento. Timbre de milonga desganada. Parece querer llorar pero no le sale. Porque ahora, para hacer política, esto va de sentimientos, como en las situaciones educativas de la nueva ley de educación. Sánchez es la princesa de Rubén Darío.


Presidente, estás triste… ¿Qué tendrá el presidente?
Los suspiros se escapan de su boca y no miente:
ha sufrido en sus carnes una gran decepción.
Quienes le acompañaron en un coche a diario
corriendo las españas y rezando el rosario
cuando no van de putas van de corrupción.)


Se ha puesto de moda llorar en público: llora la Chivite, acordándose tal vez de su tío consejero; hasta Bolaños tuvo su quiebro hace unos días y Pilar Alegría, exministra de educación inculta, a la pregunta de si puede afirmar que no van a salir más corruptos responde con tono de dar mucha pena: “No lo sé”, y la inflexión tonal sube en ese “sé” como una campanada que le rompiera el corazón, pobrecita, cuánto sufres por España: pues dimitid todos y acabamos de una vez con tanto gimoteo, sinvergüenzas.

A Sánchez no se le puede escuchar, decía. Su pose de muñeco ventrílocuo dirigido por sí mismo, apaisando el cejumen mientras le llueven acusaciones de corrupto, rodeado solo de periodistas comprados, evitando ya no preguntas comprometidas sino los sagrados debates de estado de la Nación, que Zapatero, el amigo de Maduro, respetó; esa pose, decía, de falla valenciana, ese pozo oscuro de megalomanía gobierna un país de casi 50 millones de habitantes, con todos sus carreteras, campos, hospitales y autónomos exprimidos para pagar a inflados funcionarios. Pero hasta al más mentiroso se le caza entre líneas. Porque entre el colmo de indignidades hay una que apenas se ha dimensionado, como se dice ahora. Vale la pena detenerse en el argumento: Sánchez no quiere disolver el gobierno porque reconoce que hoy España votaría masivamente a PP y Vox. Fíjense en el encabalgamiento lógico: la UCO saca un informe que ya no se puede disimular; Sánchez reconoce la gravedad del informe; la hemeroteca le recuerda que por mucho menos pidió la dimisión de Rajoy; se da cuenta de que ahora ganaría la derecha; por ende, no convoca elecciones. El Patán nos previene de la democracia dándonos por detrás, como en la sauna de su suegro.


¿Qué más hay que esperar?


Javier Horno Gracia

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