Pongamos un caso, que es el del abajo firmante. Imparto clase de inglés a un grupito de ocho alumnos; lengua a otro de ocho; para rellenar horario imparto seis horas la asignatura de Actividades Educativas, sustituto de la Religión, asignatura originalísima en la que el programa manda realizar cualquier actividad educativa excepto todo lo que tenga que ver con la religión; tal vez sea el primer programa de la historia de la educación cuya definición consiste en lo que no se puede enseñar.
Si los recursos empleados tuvieran un resultado, es decir, nuestros alumnos salieran del instituto con un envidiable acopio de conocimientos, daría por bien empleados los recursos. Pero estos desdobles responden a esa mandanga de que los alumnos no repitan curso, con lo que se acumulan en el aula, como en cocheras, bien y mal preparados, y se separa aquellos que no pueden seguir ni el ritmo de los demás ni el programa establecido. En conclusión, que por mucho que separe en 2º de ESO a un alumno que no llega a dominar bien ni el nivel de 6º de Primaria, no le voy a poder preparar para un 3º. ¿No sería mejor concebir los grupos sólo por niveles, no importe cuál sea la edad?
Respecto a la formación, he descubierto que para mantener mi cerebro activo no hay nada como leer, que me sigue gustando más que rastrear informaciones en Internet o confeccionar páginas web. Más aún, para que los alumnos piensen por sí mismos, las nuevas tecnologías sobran. Sé que no está de moda afirmar semejante barbaridad, pero qué quieren que les diga, tengo la ventaja de estar en primera línea y comprobar cuáles son las dificultades reales de los alumnos.
Vivimos la inercia del gasto público y de la falta de exigencia en los resultados. UPN y CDN tienen la oportunidad de buscar soluciones reales a la pauperización educativa. Para ello hay que luchar contra corriente, y en esta sociedad, con los ribetes politizados de siempre, no es fácil. La pregunta que nos debemos hacer es si vale la pena.