Todos sabemos quiénes, por equis o zeta razón, se oponen a una especie de dinámica espontáneamente ordenada que se basa en la interacción entre varias personas y entidades con el fin de intercambiar bienes y servicios y conocemos como «comercio».
Al mismo tiempo tenemos constancia de que existe un concepto basado en la «excepción», que no necesariamente marca la regla. Ya sea por lógica, por ilógica, por justicia, por injusticia, por previsibilidad, por imprevisibilidad o por cualquier otra razón, no siempre se da algo.
La cantidad de ese concepto previamente mencionado no es necesariamente unitaria; distinto es que centremos un análisis concreto en una cuestión determinada. En estas cuestiones comerciales, eso ocurre con las actividades de los manteros: el llamado top manta.
Defendidos por quienes no dejan ni respirar al resto
Un autónomo que quiere montar un establecimiento comercial (pongamos que, por ejemplo, se trata de una panadería) o cobrar por las descargas de una app que permite al usuario tener un recordatorio con varios efectos musicales en su smartphone no puede «llegar y topar».
Para la apertura de un local que genere actividad comercial hay que entrar en el complicado y farragoso trámite administrativo de solicitud de licencias (suelen tener un coste económico considerable) a los consistorios municipales.
Además, en función del caso, como ya nos podemos imaginar, uno no se libra de la voraz y expoliadora presión fiscal. Hay que pagar varios impuestos (IBI, IRPF, IVA, contribuciones, plusvalías…) que de una u otra forma repercuten negativamente en las ventas y otros aspectos de actividad del negocio.
Dicho esto, como conviene recordar, hablando ya de la clase de políticos que rigen sobre nosotros y son responsables de lo anterior, cuanto más escorados estén hacia la izquierda, mayor será la intensidad (agresividad también) con la que reivindican estas intervenciones.
¿Discriminación positiva?
Podría decirse que se debe al estado y tipo de los productos que comercializan (normalmente, prendas de vestir y artículos de bisutería que son emulaciones de objetos similares de marcas muy concretas, que suelen tener un precio considerablemente elevado; aunque también pueden ser copias multimedia).
Se atenta contra lo que algunos consideran como «propiedad intelectual» (a diferencia de los comunistas, yo sí creo en la propiedad privada, aunque no creo en lo que viene a ser «censura» o «proteccionismo» de ideas) y lo que sin duda es una incursión en engaño grave, contrario a cualquier buen código moral.
No obstante, me atrevo a atribuirlo a determinadas razones. Por un lado, sabemos que la mano dura contra la delincuencia no es algo que caracterice a las «eminencias progre-marxistas» (por algo se opondrán a la cadena perpetua y a la persecución legal de los «okupas»).
Los manteros suelen ocupar a sus anchas los paseos marítimos, las plazas y otras arterias urbanas que son clave (nunca los verás en una calle secundaria de una urbanización), sin pagar impuestos, obstaculizando la circulación peatonal.
Pero es que, además, por lo general, los participantes de esta actividad responden a unas características concretas. Estos suelen ser inmigrantes del norte de África que en no pocos casos resultan ser personas que entran de manera ilegal en España.
Así pues, la explicación al hecho de que sean socialistas y comunistas (principalmente, PODEMOS en el caso español) puede encontrarse en que son inmigrantes de una procedencia concreta, habiendo de recordar su afán por promover el llamado «multiculturalismo».
Y sí, del mismo modo que pueden apostar por ocultar algunos detalles cuando se informa de delitos cometidos por estos y que les interesa tenerlos como garantes de respaldo político (electoral y estratégico, incluso ideológico), me pregunto yo por qué no van a permitir también el top manta.