Hace unos años hubo todo un movimiento social de despliegue desde diversos colectivos sociales en los que se animaba a la objeción de conciencia contra el servicio militar, con el lema "objeta por la jeta", es decir no había que objetar por la conciencia sino por la jeta. Por ése y otros motivos, la objeción recibió todo tipo de apoyos y, entre unos y otros, se acabó con el sistema. Ahora llega un tema más gordo, primero porque afecta a todos los españoles en las generaciones futuras, y luego porque el uso de armas es una cosa y organizar las conciencias de todas las personas es otra peor. Evidentemente hablo de educación para la ciudadanía, una asignatura que merece todas las objeciones del mundo, también la de conciencia. Mis hijos son dos de los cuatro mil que ya han objetado y ahora se lo he contado a mi vecina Pili, a mi primo Gervasio y al panadero de la vuelta de mi casa, que se llama Antonio. La objeción de mis hijos es porque dicen que su conciencia es suya y que ellos deciden como organizan sus preferencias sexuales, su sistema de valores y las virtudes sociales que quieren desarrollar en democracia, y que el consenso de los políticos reunidos en Madrid no les va a decir cómo tienen que vivir su vida. Mi objeción de conciencia es porque el derecho de la educación de mis hijos no es del Estado, repito no es del Estado. La Constitución dice que el derecho de educación es de los españoles, o sea mío, y yo se lo cedo al Estado si ellos educan según mis legítimos criterios. Como el Gobierno ha decidido que los va a educar según sus criterios y no los míos, según sus valores y no los míos, he decidido que mis hijos no van a esa clase. Y si suspenden, que suspendan y si no pasan que no pasen. Cuando tengan cien mil niños repitiendo porque no han aprobado educación para la ciudadanía, ya me contarán. Tienen un problema.