Historia del machismo

Historia del machismo

El nacimiento del machismo como tal sucedió en aquellos tiempos en los que unos «progres» neopaganos reinventaron la palabra «ciudadano» olvidando que la base de una comunidad feliz no puede ser el individuo, sino la familia.

El machismo, esa ideología que defiende una supuesta superior dignidad del varón a costa de despreciar los valores y actitudes femeninas, está más vivo que nunca. Lo propagan con insistencia los hombres partidarios del divorcio y la pornografía, pero más aún, con una especie de desesperación suicida, las mujeres que sucumben a la general masculinización.

Insistir en la idea de una perfecta igualdad masculina y femenina con el argumento de que muchas mujeres pueden hacer las mismas cosas mejor hechas que muchos hombres nunca borrará la evidencia de lo que supone ser hombre o ser mujer; la realidad indiscutible de que ser madre es algo más que dar a luz un día o el pecho tres meses. Yo apelo a los biólogos, a los zoologos y a los antropólogos, para que nos expliquen qué es lo propio de nuestra especie humana, que es lo que suelen hacer los machos y las hembras «homo sapiens» cuando viven en libertad; qué cosas concretas diferencian en nuestra naturaleza lo masculino de lo femenino, la maternidad de la paternidad. Pido por favor que nos saquen de este atolladero en que nos ha metido la vieja doctrina machista.

El machismo viene de muy atrás. Supongo que siempre han existido injusticias y visionarios maniqueos que no han entendido la complementariedad entre hombres y mujeres. Pero el nacimiento del machismo como tal sucedió en aquellos tiempos en los que unos progres neopaganos reinventaron la palabra «ciudadano» olvidando que la base de una comunidad feliz no puede ser el individuo, sino la familia. Se levantó entonces -sin distinguir a los culpables de las víctimas- un monumento al ciudadano solitario, al gran hombre, al soltero, al pirata, al bandolero, al divorciado, a esa especie de vagabundo sin familia que vive en un mundo marcado por cosas tan poco femeninas como la ley y la política.

Se comenzó así por menospreciar y ridiculizar ese pequeño reino independiente que debiera ser cada familia. Y empezaron los hombres a salir de casa con otros aires, y a dedicarse a «sus asuntos» con la mentalidad moderna del «hombre ocupado» que no cuenta nada a su mujer. La familia se fue identificando exclusivamente con el tiempo libre; con el descanso del guerrero y punto. El padre de familia se convirtió en el típico dominguero. Y la mujer siguió haciendo con amor lo que sabía, pero ya había empezado a perder a su hombre y a transformarse en mujer florero. El machismo condenó a las mujeres a optar entre dos alternativas igualmente frustrantes: o vivir en la catacumba familiar con la etiqueta despectiva de «maruja», o vivir como hombres en un mundo de hombres. Es justo decir que fue esta vez Adán quien presentó a Eva la manzana maldita. Y Eva está mordiéndola. Y por eso un machismo cada vez más descarado descubre su intención hipócrita de aniquilar la idea de familia mientras alega la pretensión de liberar también a las mujeres. Para lograr su objetivo el progreso machista exige que donde había un matrimonio indisoluble no quede mas que una pareja divorciable.

El divorcio, esa ley machista que permite faltar a un juramento sagrado, se ha presentado como el instrumento imprescindible de la igualdad unisex, pero la realidad es que obliga a cada cónyuge que desea ser madre o padre de familia a procurarse una independencia económica «por si acaso…»; como si confiar para toda la vida en la ayuda y la compañía de una buena mujer, o de un hombre de bien, fuera un riesgo estúpido. Por eso el machismo nos está condenando a todos a la desconfianza y a la soledad. Eva ya no se ríe con los chistes que cuenta Adán. Y Adán está triste porque la mujer que se le dió por compañera ya no quiere ser carne de su carne.

Y así estamos como estamos: viviendo de rentas en el mejor de los casos; dilapidando la herencia de un sentido que fue común; abusando de las últimas abuelas para que hagan de niñeras; aplaudiendo al macho de mayor cornamenta cuando sale por la tele; envidiando en ciertas revistas casos patéticos de poligamia sucesiva; soñando secretamente -en fin- con un matrimonio para toda la vida que nos parece anticuado o que nos da vergüenza defender. Así estamos: machistas perdidos. Si seguimos viviendo será gracias a felices inconsecuencias. Porque por encima de ideólogos, leyes y políticos machistas, la vida, y la naturaleza, y el amor siempre encontrarán un camino para hacer las cosas como Dios manda.

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