Esta es la punta escandalosa de un iceberg de base amplia y antiguo en la democracia. Ya no reírse, sino tratar a las fuerzas de orden en la misma categoría moral que los terroristas no es nuevo. Amigos de buena fe me dicen, por ejemplo, que programas como “Vaya semanita” vienen muy bien a esta población crispada. Habría que empezar considerando a qué se refieren los hablantes cuando utilizan el término “crispada” (a algunos no se les cae la palabra de la boca) pero aquí no me quisiera detener demasiado. Sí que al menos uno quisiera reivindicar la necesidad y el derecho no sólo de disentir, sino de enfadarse si es preciso. Con el tiempo -esto tiene de bueno la civilización- se puede aprender a enfadarse sin que no sé qué aminoácidos hinchan, del verbo “henchir”, las neuronas.
Por el lenguaje viene la manipulación y el lenguaje nos hace, en contra de lo que creemos, pensar y sentir de determinada manera. Ocurrencias como los gags de la semanita subvencionada por Ibarretxe, que aprendió batúa cuando salió presidente, tratan a las fuerzas de seguridad como si fueran un elemento más del paisaje vasco, venido de fuera, donde los terroristas tienen su lugar para la chanza. Qué majos somos, claro, que aquí nos reímos de todo, porque al final, todos somos iguales. Esa pretendida igualdad, en la danza macabra, vale. Pero el nacionalismo no tiene esa sabiduría medieval. La equiparación de todos los hombres, desde el rey al mendigo, que se pintaba en el medievo, el pensamiento sabinista la reduce y tergiversa alrededor de unos chiquitos, porque el alcohol nos hace a todos muy amigos. La indignación debería haberse dejado oír hace tiempo (¿dónde están los artistas e intelectuales?), porque hay problemas, y el terrorismo es uno, que maldita la gracia que tienen. Para ser sujeto de parodia hay que ser digno de ello, y para un hombre sensible un terrorista merece justicia, y no humor. El bodrio porno no es más que las ganas de llamar la atención de alguno que, siendo benévolo, tiene los huevos en el cerebro. Lo grave es que cae en un campo abonado por la inercia de una sociedad anestésicamente correcta.