PUNTO de INFLEXIÓN en la lucha contra ETA : 25 años de los atentados de Estella

Era un domingo de agosto y era el tercer atentado que la organización terrorista ETA cometía ese fin de semana, aunque era el primero con víctimas mortales. Sucedió en Estella, el 21 de agosto de 1988, ahora hace 25 años, cuando a las siete y media de la madrugada el silencio y la paz del paseo de la Inmaculada se vieron alterados por la explosión de un coche-bomba, con 25 kilos de amonal y otros 40 kilos de metralla, al paso de un Talbot Horizon, sin blindaje, de la Agrupación de Tráfico de la Guardia Civil. De esta forma cobarde, recurriendo a la “técnica segura” del coche-bomba, los terroristas segaron la vida de dos guardias civiles que poco tiempo antes habían arriesgado sus vidas en el incendio de una discoteca de la localidad.

 

Este atentado pudo ser uno más de los muchos que en esos años se cometían casi a diario en nuestro país y Antonio Fernández Vicente y José Antonio Ferrí Pérez podían haber sido, sin más, las personas que iban a ocupar los puestos 30 y 31 de la lista de víctimas mortales de ETA que en Navarra había abierto en noviembre de 1977 el pamplonés Joaquín Imaz. Pero, por el contrario, este atentado, cometido nueve años antes del asesinato de Miguel Ángel Blanco, supuso una inflexión, un antes y un después en el tratamiento que a las víctimas les iban a dar nuestras instituciones locales.

 

La realidad era que hasta ese momento, cuando en nuestra Comunidad Foral se cometía un atentado mortal, como las víctimas generalmente solían ser servidores del orden y eran de fuera, sus funerales eran organizados a horas intempestivas, en medio de la jornada laboral o escolar, para poner trabas a los vecinos e impedir que acudieran y, además los féretros solían ser sacados por la puerta atrás. Y, por supuesto, en los ayuntamientos de las localidades donde se había cometido el atentado (y no digamos nada del resto) no se celebraban ni plenos extraordinarios ni concentraciones silenciosas, sirva de ejemplo lo que sucedió en Pamplona el 14 de abril de 1984 cuando en dos atentados murieron tres personas y el Ayuntamiento se negó a condenar los hechos casi una semana después.

 

Ese 21 de agosto de 1988 las cosas cambiaron gracias al coraje y a la decisión de una joven que llevaba poco más de un año en la alcaldía. Era Rosa López Garnica la que ese día decidió que la capilla ardiente se colocara en la Casa Consistorial “puesto que es la casa de todos los ciudadanos”, dijo. Fue ella la que ese día, en un pleno extraordinario, logró que todos los grupos municipales, salvo Herri Batasuna, condenaran el atentado, acordaran poner las banderas oficiales a media asta y se solidarizaran con el Cuerpo de la Guardia Civil. Fue ella la que ese día logró que los féretros realizaran el trayecto entre el Ayuntamiento y la iglesia de San Juan Bautista a hombros de sus compañeros, cubiertos con la bandera nacional y con el numeroso público prorrumpiendo en aplausos y vivas a la Guardia Civil. Fue ella la que ese día rompió a llorar en la iglesia. Y fue ella la que ese día destituyó como presidente de la Comisión de Sanidad a un concejal de Herri Batasuna porque, dijo, “estamos hartos de tener miedo y nos sentimos orgullosos, junto con el pueblo de Estella, de ser los primeros en adoptar esta medida y queremos ser ejemplo a todo el mundo”.

 

Ahora, cuando han pasado 25 años desde entonces, creo que es de justicia que a Rosa López le reconozcamos que fue ella la que con su decisión y coraje, acabó con la ignominia, abrió el camino que otros después siguieron y dio ejemplo de lo que otros muchos harían después.

 

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CLAVES EN OPINIÓN

Un comentario

  1. Memoria,Dignidad y Justicia,y que la serpiente asesina Etarra no salga de ROSITAS gracias a un estado corrompido,Viva la Guardia Civil.Viva nuestra patria España.

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