El domingo estuve en el Gayarre viendo a La Trova. Era la primera vez que asistía a una de sus representaciones. Acudí, no obstante, con una cierta carga de escepticismo y negatividad que siempre llevo por mochila a cualquier espectáculo. O sea, que La Trova no lo tenía fácil a priori. Hay mucha gente que va siempre a los sitios muy bien predispuesta, yo no. Así que supongo que, cuando algo me gusta, es que debe parecerme bastante bueno. Y La Trova me gustó. De algún modo consiguió saltar por encima de mis defensas y a media función yo ya era un espectador totalmente entregado. La función, mediante un inteligente diálogo entre el autor y el espíritu encarnado de la comedia, va dando lugar a una serie de representaciones en las que se parodian con exquisitez -pero sin piedad- diversas cuestiones relativas a la educación, la cultura, la naturaleza humana, la política y la actualidad políticamente correcta. Supongo que mucha gente intenta hacer algo parecido, pero muy pocos desde el punto de vista en que se sitúa La Trova, y casi nadie con tanto talento. También habrá quien quisiera decir lo mismo que dice La Trova, pero sencillamente no se atreve. Recientemente estuve en un combate de Kick-Boxing y, aunque evidentemente por motivos muy diferentes, salí del mismo con la misma sensación de que quienes se habían subido al escenario se habían ganado con creces el dinero de mi entrada. Naturalmente mi compañero columnista Javier Horno no se habrá metido en este lío por dinero, así que en vez de enviarle un correo privado he decidido publicar este artículo para mostrarle públicamente mi pequeño reconocimiento por su labor al frente de La Trova. Aún hay otra razón. Como yo, supongo que habrá bastantes personas que aún no conozcan a La Trova. Pues bien, si les animo a ir y se lo pasan la mitad de bien que yo, creo que les hago un favor haciéndoles saber de la calidad de su trabajo.
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Adolfo Pérez-Jacoiste.
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Adolfo Pérez-Jacoiste.