Una generacion que se despide…

Monseñor Cirarda, arzobispo emérito de Pamplona. Y José Angel Pérez Nievas, secretario general sempiterno del Euskalherriko Karlista Alderdia. Descansen en paz. Con ellos se está yendo una generación que hubo de navegar en tiempos realmente difíciles. Desde esta atalaya transitoria del siglo XXI, cuando tantas aguas han vuelto a su cauce, cuando está todo mucho más claro, puede resultarnos fácil criticar ciertos desvaríos que caracterizaron a unos cuantos dirigentes eclesiales y políticos de los años setenta y ochenta. Progresismo más o menos ingenuo, estilo hippie, ruptura con toda clase de tradiciones, coqueteos o desvaríos de tipo nacionalista. Quién sabe lo que hubiéramos hecho muchos de nosotros en aquellos años, cuando tantas seguridades se tambaleaban. Hubo clérigos que se encontraron, después de la emoción triunfalista del Concilio Vaticano II -y después de destripar un montón de obras religiosas trabajosamente edificadas, por cierto- con que no resultaba tan fácil como habían pensado hacer que todo el mundo se enamorara por fin de la Iglesia de Jesús. Fue un duro golpe para ellos. Y hubo políticos, especialmente en el ámbito católico, que no supieron distinguir el respeto a los Pastores de la legítima autonomía de los fieles laicos. Acostumbrados a decir amén-amén se encontraron con que los curas decían que ya no había que hacerles caso. Les mandaron que no les obedecieran. Y les obedecieron. Lo que pasó en aquellos años del vaciamiento del seminario de Pamplona fue una especie de suicidio espiritual en el que, insisto, no es cuestión de buscar culpables. Los Cirardas y los Pérez-Nievas de entonces hicieron lo que pudieron. Unos mantuvieron la fe -y la transmitieron- contra viento y marea. Otros acabaron, paradójicamente, domesticados por un sistema que no se parecía en nada a sus sueños de libertad. La trayectoria de unos y otros nos enseña que hay que ser humildes. Que no siempre se gana. Que no todo depende de nosotros mismos. Que no siempre se progresa. Que a veces a uno le toca nacer encima de un renglón torcido de la historia y entonces hay que fastidiarse.


Jerónimo Erro

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