Sobre la economía sostenible: el ladrillo y la biela

El prestigio del pobre ladrillo, célula básica de la civilización urbana desde los tiempos mesopotámicos, está por los suelos. Ahora ya no simboliza la solidez de la construcción sino algo tan frágil como una pompa de jabón: la burbuja inmobiliaria. Hemos tenido que tensar la cuerda hipotecaria al límite para caer en la cuenta de que esto no podía ser, que un modelo económico basado en la construcción desmelenada no tenía sentido, y que tampoco parecía muy razonable pasarse toda la vida trabajando para pagar una habitación dentro de la que no se puede vivir tranquilo porque hay que estar trabajando toda la vida para pagarla. A estas alturas no tenemos aún alternativa pero sabemos al menos que hay que buscar otra cosa. En el caso de la biela la cosa está todavía peor porque ni siquiera nos hemos dado cuenta de que también el automóvil lleva mucho tiempo formando su propia burbuja. No es normal que estemos derrochando una parte tan importante de nuestros recursos energéticos y económicos presentes y futuros en producir, reparar y mover unos vehículos que en una parte muy importante no eran realmente necesarios. La industria del motor es motor y lastre a la vez porque crea una apariencia de vida automóvil que no responde proporcionalmente a una necesidad real de los grupos humanos. Si hiciéramos las cuentas bien hechas dimensionando la parte de nuestros ingresos que se lleva por delante una máquina que en teoría nos sirve para obtener ingresos veríamos que algo está fallando. Así que puestos a pensar en la sostenibilidad, es decir, en un mundo que no reviente a la próxima generación, vayamos pensando en todas las burbujas que nos rodean.

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