De Navarra, pues, empezaría el curso muy despacico, suai suai, bajando el perfil al mínimo posible. Creo que hasta pediría perdón aunque puede que no supiera por dónde empezar. Trataría de soltar lastre, de bajar impuestos, de no poner multas recaudadoras, de oxigenar la vida social, de alentar la iniciativa emprendedora. Daría vacaciones a los fabricantes de normativas. Rezaría más que nunca y haría eso que se dice y no se hace: confiar en la gente, en las familias, en los pueblos, en las empresas. Porque la gente ya es mayorcita para resolver sus asuntos, y si no lo es, madura, y si alguien no madura el pobrecico, entonces sí, entonces llamamos al 112 y santas pascuas.
Pero todo esto no es más que una utopía. Si yo fuera presidente tendría que dimitir en el minuto uno. Porque este sistema es una cárcel, una máquina perfecta para la amenaza perpetua, una bomba de relojería en la que no sabes si cortar el cable rojo o el azul. Una cadena feudal en la que el derecho de pernada corresponde a los euroburócratas, sin discusión posible. Dudo mucho que a un presidente le fuera permitido cambiar nada de este castillo de naipes en que se ha convertido el chiringuito foral. Y que ya no es foral, oiga, que el Fuero era algo más serio que todo esto.
Navarros, si queréis cambiar las cosas no seáis presidentes. Vivid como si el gobierno no existiera.