La tenemos aquí al lado, al norte, y no se si le hacemos mucho caso. Durante muchísimo tiempo -siglos- para defender la españolidad de Navarra, nos hemos visto y hemos vivido como apoyados en la pared de los Pirineos, como si no fueran con nosotros los ruidos que se oían de vez en cuando en casa del vecino, como si fuera incompatible la hermandad peninsular de España con el reconocimiento de que a sólo cuarenta kilometros de Pamplona hay un país entero que no son los Estados Unidos.
Pasa el tiempo y las comunicaciones no mejoran gran cosa. En parte por su culpa, ciertamente. Pero aquí casi nadie estudia francés. Y hasta el mito del pueblo vasco como pueblo pirenaico parece que en vez de unir debilita o que hasta entorpece las normales relaciones que debieran ser entre familiares tan próximos. La historia nos enseña que no siempre fueron así las cosas. Una vez superado aquel pequeño malentendido de lo de Roncesvalles las relaciones fueron constantes en toda la Edad Media: los burgos de francos, el románico y el gótico francés, Ultrapuertos, el camino de Santiago, los pactos dinásticos, Javier en la Sorbona… La influencia francesa (y la nuestra en un país cuyos reyes se titulaban "de Francia y de Navarra") fue decreciendo hasta casi desaparecer. Pero hoy estamos todos en el nuevo invento europeo, en el euro, bajo las garras de una misma euroburocracia. A lo mejor es el momento de cambiar un poco el punto de vista.
Jerónimo Erro