Desde sus orígenes más remotos la humanidad ha organizado sus relaciones patrióticas en escalones jerárquicos (familia – tribu o municipio – comarca o región – país o nación- federación o alianza internacional, etc.). Siempre se entendió que para no andar perdido por el mundo cada uno debía reconocer su parentesco patrio además del familiar. En caso contrario, cuando alguien ignoraba o despreciaba o era expulsado de su comunidad natural se convertía en un apátrida, en una excepción, un bicho raro. Una de las muchas cosas que se nos confunden hoy en día son esta clase de relaciones.
Imaginemos que uno de Tafalla se encuentra con un Estellés. Si se encuentran en Estella, el de Tafalla actuará con el comedimiento de un invitado y el estellés con la hospitalidad del indígena. Si se encuentran en Pamplona irán a la par, como dos hermanos en la casa paterna. Si se tropiezan en París serán ante todo dos españoles por el mundo. Es decir, que dependiendo del contexto es el sentido común lo que nos dirá cuál ha de ser la actitud correcta. Los tiempos actuales desembocan en patriotismos confusos. Los concejales de los pueblos no representan barrios sino gentes españolistas, vasquistas o navarristas. En el parlamento foral los políticos no son la voz de pueblos, ni de las ciudades, ni de las comarcas o merindades, sino portavoces de grupos ideológicos enfrascados en forma de lista cerrada. En las Cortes generales ¿dónde están los diputados de navarra? ¿Existen?. Y en el Parlamento Europeo… ¿por qué no se discuten las cosas por países miembros o incluso por regiones en vez de encorsetar los votos con el típico y manoseado cartón partitocrático?. Es tal la carencia de representantes naturales que el mundo se llena de delegaciones, de lobbys, de embajadores de pacotilla ¿Cómo es posible si no que las comunidades autónomas se empeñen cada vez más en mantener en plena crisis unas carísimas delegaciones prescindiendo de las embajadas de España? Demasiado desorden para mi gusto.
Jerónimo Erro