La Navidad es la época de los buenos sentimientos, del perdón y la cuenta nueva. De tantos cuentos entrañables que no tendrían sentido si no quedara suficientemente claro quién es el héroe, y quién es el villano. Los malos en la Navidad son los romanos, que obligan a viajar a todo el mundo en pleno diciembre para hacer un maldito censo. Y los ciudadanos egoístas que no tienen posada para una pobre mujer embaraza. Y los esbirros de Herodes, un rey metomentodo que no deja en paz ni a los niños de teta y que no deja libertad a sus padres para educarlos según sus principios… Los buenos son los Magos, unos reyes generosos capaces de abandonar a su pueblo para recorrer el mundo en busca de un fundamento preconstitucional a su potestad real. Y los pastores, que viven en paz y miran a las estrellas cuando descubren a los ángeles anunciadores. Y José, el marido, que consigue apañar un rinconcico para un parto de emergencia y al final todo sale bien… Este es básicamente y por mucho que lo ocultemos el esquema que sirve de marco a la celebración. Si confundimos los personajes y hacemos un Belén al revés luego no nos quejemos de las consecuencias. Porque si queremos que estas palabras mágicas: "¡Feliz Navidad!" tengan sentido no hay más remedio que intentar ser de los buenos.