A lo mejor si viviera en tiempos de los infanzones saldría a la rua pidiendo más estado. Así que no crean Vds. que soy un anarco o algo así. Aclaremos de antemano que, si entendemos por estado un equipo formado por el rey, sus ministros y sus funcionarios, considero que es bueno y necesario que exista el estado. Pero lo que digo aquí y ahora, uniéndome aprovechadamente y sin rubor al coro de aplausos al «Tea party» de yankilandia, es que quiero más sociedad y menos estado. Porque el estado ha llegado a tal punto de obesidad mórbida que amenaza con derribar las paredes de la casa que habita.
La política es así, y tiene estas cosas. Es un tira y afloja. Es el arte de la prudencia. Unas veces hay que meter en vereda a los salteadores de caminos y otras hacer una poda profunda en el organigrama policial. Unas veces centralizar y otras atomizar el poder. Ahora, creo que es cada vez más evidente, lo que toca es coger aire, dejar respirar a la sociedad civil, echar al mar todo el maldito te inglés y permitir, pasando por encima del cadaver del ministro Esquilache, que cada cual lleve capa larga y sombrero de ala ancha si le place. Tiene gracia que desde la vieja España, desde la vieja Navarra, hayamos tenido que esperar estos signos de conversión tiranicida en el modelo norteamericano. A lo mejor es que tenemos nuestra historia tan repleta de modelos prácticos en los que aprender qué es una verdadera sociedad viva y pujante que no sabemos cuál elegir. Y por eso caemos una vez más en el mimetismo de lo que venga de Hollywood y cercanías. En cualquier caso bienvenidos sean Sarah Palin y su banda. El sheriff Hussein Obama está preocupado y con razón.
Jerónimo Erro