Primero, porque cuando lo del castillo de Maya o la batalla de Noain no existía el nacionalismo, ni el vasquismo, ni la ikurriña, ni el batúa, ni siquiera el Olentzero. Segundo, porque lo que se dilucidaba entre el Duque de Alba, Fernando el Católico, Cisneros, los Albret, los agramonteses, los beaumonteses y compañía no era ningún problema identitario, ni siquiera la estricta independencia de Navarra, sino un puro cambio de dinastía que, lógicamente, haría bascular la política del pequeño reino navarro de la órbita francesa a la castellana. Tercero, porque si en definitiva lo que pretenden es una unión de Navarra con Alava, Guipúzcoa y Vizcaya deberían reconocer que eso quien lo consiguió fue el Duque de Alba a partir de 1512 cuando hizo posible, por vez primera en la historia, que los cuatro territorios peninsulares de sustrato vasco se vieran reunidos dentro de una misma unidad política, la Monarquía Católica, bajo la autoridad de unos reyes comunes. Cuarto, porque los navarros que protagonizaron aquella triste guerra civil que acabó con la pérdida de Ultrapuertos y la entronización de los Austrias eran, unos y otros, caballeros, cristianos y me temo que demasiado rudimentarios como para entender la pijería de los ideólogos modernos. Y quinto porque tal como han contaminado los vasquistas su catolicismo inicial con herejías varias no creo que estén pensando en celebrar el otro centenario, el de las Navas de Tolosa, que conmemora nada menos que una Cruzada.
Jerónimo Erro